Los dibujos pensantes de Eva Lootz
Detalle de uno de los paneles de Eva Lootz en la Sala Alcalá 31 |
Publicado en El Asombrario y publico.es, 13/5/2024
En el atrio de la Sala Alcalá 31 un enorme rótulo con letras espejadas tiembla sobre un fondo negro, como si su mensaje fuese tan inestable como ellas: “Si aún quieres ver algo, date prisa: todo está desapareciendo”. Al otro lado, en cuanto los ojos se hacen a una penumbra que adensa el espacio, emergen de aquí y allá formas luminiscentes. Contra la oscuridad destaca una pirámide revestida de minerales que emiten un espectro completo de colores; corindones, ópalos, fluoritas o aragonitas forman la tupida gama de rojos, naranjas, verdes o azules. Del techo de la sala penden cajas que evocan las antiguas fresqueras, y que contienen rótulos luminosos con los nombres de aquellos que perdieron su vida en Latinoamérica por defender sus tierras y sus derechos como la hondureña Berta Cáceres, asesinada por oponerse a la construcción de una presa. En el suelo, una circunferencia formada por cáscaras de huevo brilla con una extraña luz y al fondo, reflejándose en el pavimento, surgen un montículo anaranjado de cúrcuma y un gran cono blanco en el que fosforece el polvo de huesos. “Bajo esta luz ultravioleta”, está diciendo la artista Eva Lootz, “vemos lo que de otro modo no podríamos ver. Nuestro ojo tiene la capacidad de adaptarse a todos los niveles de luz, recordándonos que necesitamos ajustar nuestra mirada a circunstancias nuevas.”
Con esta instalación que abre la muestra en la planta baja, Lootz nos propone un viaje al otro lado de nuestros registros sensoriales para ver y escuchar más allá de lo audible y lo visible, y a través del concepto de resonancia quiere sacarnos de esa brecha cartesiana que separa cultura y naturaleza, mente y materia. “He hecho un acercamiento a través de la resonancia y lo literario que en cierto modo es poético”, dice, “pero detrás de todo ello hay un interés profundo por los nuevos estados de la materia. Lo más duro de la Tierra, que son las rocas, entra en consonancia con la luz, lo más ingrávido, lo más leve. Y la cáscara de huevo, los huesos, se convierten así en luminiscentes.” La artista reflexiona acerca de la desaparición del mundo tal como lo conocíamos, sobre nuestro presente “de ruido y extinciones, invisibilidades y desapariciones que resuenan entre sí con una vibración sorda que se traduce en desasosiego.”
Todo está conectado en el imaginario de la artista. Y la materia con la que va tejiendo su obra –mercurio, lacre, estopa, fieltro, arena, pigmentos, minerales, árboles, luz o sonidos- se convierte también en lenguaje. “Cierra los ojos y mira”, escribe en una de sus creaciones expuesta en la galería de la primera planta bajo el título Dibujos que piensan: 27 paneles formados por dibujos sobre papel milimetrado –“el mejor parqué para que baile la mano”, dice- realizados con rotulador, típex, papeles de colores o ceras que, según sus palabras “son diarios, son tartamudeo, son apuntes, recordatorios de lecturas a la vez que preguntas, pero incluyen también huellas improvisadas de la mano y de una mente que a ratos se permite ir a la deriva.”
Dice Eva Lootz que ella siempre está leyendo. La mayoría de estos paneles fueron creados durante la pandemia y en ellos plasma sus investigaciones sobre ciertas cuestiones que aborda o le obsesionan, como la pérdida irreparable de antiguas culturas. Así lo reflejan piezas en las que nombra los idiomas y dialectos originarios de México, Colombia, Venezuela, Argentina, Paraguay, Nicaragua… “Aquí pienso”, señala, “sobre la desaparición de las lenguas originarias de América Latina que ascienden, según estudios de la Unesco, a 763, cosa que yo ignoraba. Nahuatl es el idioma que hablaban los aztecas, y Nahuat el que hablaba Moctezuma y se habla en Ecuador. Como considero que cada lengua es un tesoro, me emocionaba el tema y leí muchos trabajos de sociólogos y antropólogos sobre la llegada de los europeos al otro continente.” Muchos de estos dibujos muestran el salto que dio Lootz desde la narración tradicional del descubrimiento de América hacia una mirada descolonizadora sobre lo aprendido, uno de sus grandes temas. “Se nos ha contado que la epistemología occidental es la más relevante, cuando hay otras que son tan interesantes y válidas como la nuestra.”
A veces la poesía asoma entre las figuras geométricas, los trazos y los colores: aquí está Pessoa o el poeta peruano José María Arguedas, y allí Matshuo Basho, el maestro de los haikus, en una pieza con reminiscencias de grafiti. Hay referencias cinematográficas como Nanouk el esquimal, una de las películas favoritas de Eva Lootz junto con Cuentos de Tokio de Yasuhiro Ozu, homenajeada en una composición con aires de caligrama. Todo alimenta la creatividad de la artista, las leyes de la termodinámica o los peligros de un mundo digitalizado: “los artistas estamos desgarrados entre la fascinación por las posibilidades que ofrece y la necesidad de reivindicar la apertura hacia el no-saber, el pensar, la intuición”, escribe. Hay un pulpo dibujado en azul que sonríe (“el pulpo tiene 3 corazones”, anota Lootz), y el feminismo despliega su relato en las hermosas composiciones que articulan el panel titulado Ellas.
Pero también estos dibujos desvelan la intimidad del día a día a través de reflexiones, citas, recordatorios de tareas y hasta pegatinas de las frutas que quizá la artista mordisquea mientras piensa y deja que su mano interprete libremente el pensamiento. “Dibujar está más cerca de la música”, escribe sobre el delicado trazo a tinta de una flor con sus pétalos abiertos de par en par. En otra de sus piezas hay ropa tendida sobre el papel milimetrado que recorre las líneas de un canto: “agua del sueño, agua del perdón, agua del olvido, agua de otoño…” El agua “es el nombre futuro de la sed”, nos advierte desde un gran rótulo bajo la bóveda de la Sala Alcalá 31. De este modo mira Eva Lootz el mundo y su mundo y nos conmina a mirar porque todo, nos dice, está desapareciendo.
Eva Lootz – Si aún quieres ver algo…
Sala Alcalá 31
Madrid, hasta el 21 de julio
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