Antifémina

 

Putas en el Barrio Chino de Barcelona. Archivo Colita

 

Publicado en El Asombrario y publico.es, 04/04/2024

Mi madre se casó con un vestido idéntico al de la mujer de esta foto que observo: raso blanco, sin escote y entallado en la cintura, discreto vuelo, guantes y una aureola espléndida de tul. Aquí, en la exposición Antifémina del Círculo de Bellas Artes dedicada al libro que con el mismo título publicaron en 1977 la fotógrafa Colita y la escritora Maria Aurèlia Capmany, hay varias imágenes de boda y todas visten un traje parecido. Era el patrón normativo de la época, el envoltorio apropiado a las virtudes de la novia entregada a un varón al pie del altar, como una ofrenda. En la fotografía de Colita, los recién casados posan junto a una cruz de hierro entre una maleza desordenada de arbustos resecos y ramas muertas y detrás, completando la metáfora, se desdibuja en gris la monotonía de una llanura deshabitada. En otra imagen de la muestra se ve a unos novios de espaldas atravesando un cementerio entre nichos donde se pudren las flores. Y el retrato de una novia emocionada que llora y de otra que ríe, y una secuencia donde otras mujeres que ya pasaron por el trance la preparan: pintan sus uñas, la maquillan, le arreglan el velo o el vestido para convertirla en la perfecta casada. La ironía de Colita socava la excitación del matrimonio como el inevitable y fabuloso destino en la vida de las mujeres. Ahí estás tú de protagonista, reza el texto de Capmany en la pared de la sala. Para un solo día, pero completo. El vestido de la novia. El velo de la novia. El pastel de la novia. El novio de la novia. La boda de la novia.

 

Cuando empezaron a trabajar en el proyecto de Antifémina se fraguaba  en España la Constitución que en 1978 daría el definitivo carpetazo al régimen. Maria Aurèlia Capmany tenía 58 años y era una figura destacada de la intelectualidad catalana, escritora, pedagoga y dramaturga que participaba en actividades culturales clandestinas y había publicado ensayos como El feminismo ibérico (1970), De profesión, mujer (1971) o Carta abierta al macho ibérico (1973). En 1976 Capmany había participado en la organización de las Jornadas Catalanas de la Mujer que se celebraron en Barcelona, donde cuatro mil mujeres clamaron contra la discriminación sexista pidiendo libertad e igualdad de derechos. Isabel Steva Hernández, pionera del fotoperiodismo a quien su padre llamó Colita porque decía que había nacido bajo una col, tenía 36 años, ya había trabajado en prensa para numerosas publicaciones y en cine colaborando con la Escuela de Barcelona, había retratado a la Gauche Divine barcelonesa y era editora gráfica en la revista Vindicación Feminista. De su gran archivo fotográfico salieron casi todas las imágenes que iban a formar parte del libro que Capmany tenía en la cabeza, una mirada reivindicativa al mundo y la vida de las mujeres españolas de su época que se planteaba la cuestión clave: el significado de ser mujer.

 

El modelo ibérico cuando Antifémina vio la luz era una mujer supeditada al hombre y en el imaginario patriarcal oscilaba entre el recato y el destape, la seducción y la sumisión. En los años setenta los anticonceptivos estaban prohibidos y el adulterio aún era un delito grave, la moral sexual estigmatizaba a las mujeres y era permisiva con los hombres. Las feministas empezaban a reclamar el derecho de las mujeres sobre su propio cuerpo, que sin embargo el destape convertía en la iconografía de una apertura política que abandonaba la censura y el puritanismo. Las fotos de Colita enmarcan la cosificación de esos cuerpos a tamaño descomunal a pie de calle, como en la instantánea de esa pareja que mira el cartel del teatro Apolo donde se representa la revista Una amiguita de usted; o la de esas mujeres decorosas con bolso y paraguas bajo las piernas gigantes que con un tacón vertiginoso pisan una maleta, que casi parecen pisarlas a ellas; o en el detalle de bocas sensuales, de las manos y el rostro inanimado de una maniquí. La mujer despiezada. El cuerpo como mercancía. Pechos, nalgas, muslos…, escribe Capmany en el libro, son esenciales para la venta de neveras, calcetines, televisores… Porque los pechos y las nalgas y los muslos no son lo que demuestran ser, sino lo que significan como objeto comprado. Y Colita retrata a una muñeca de goma deshinchada que yace arrugada y amorfa entre las sábanas de una cama deshecha. He aquí, dice Capmany, el ideal: una mujer absolutamente disponible, que no dice nada, que se abandona completamente, que lo admite todo, caricias o vesania… muerta o viva, lo mismo da.  

 

Con elocuentes mensajes, Colita y Capmany insisten en la idea de la marginación de la mujer en cualquier ámbito. La de las niñas y sus madres y abuelas en los retratos que hace Colita en los años sesenta en el Somorrostro, sometidas a la comunidad y sin vida propia, o la de las prostitutas en el Barrio Chino barcelonés, cuya vida se desarrolla en el antihogar de la calle. Marginación también en el trabajo doméstico como un servicio gratuito inherente a la naturaleza femenina, designado en los documentos oficiales como “sus labores”, al que la fotógrafa contrapone imágenes de las trabajadoras y sus manos en la serie Obreras en la fábrica de 1976. Las manos de las mujeres que trabajan son exactas a las manos de los hombres que trabajan, dice Capmany. Y después de la familia, la crianza o el trabajo, tras la exaltación de una eterna juventud, de la delgadez y la belleza como requisitos deseables en las mujeres, están ellas, las viejas, desposeídas de cualquier valor. Como la que se balancea en su mecedora o la que pasa la mañana en la playa vestida de negro, entre toallas y cuerpos que chapotean más allá; o como las ancianas que en Madrid suben pesadamente las escaleras de la iglesia o la que se asoma a la reja de una ventana como si fuera la cárcel de una vida, en Sanlúcar de Barrameda. Un hombre viejo es todavía un hombre aunque sea viejo, escribe Capmany; una mujer vieja no es nada. Ha dejado de ser un cuerpo apetecible, un cuerpo fecundable, ha dejado de ser lo genérico que ha sido aceptado como la esencia de la Feminidad. La fémina se ha convertido en antifémina. No es ni mujer ni hombre; es otra cosa.

 

Nada de Antifémina nos resulta insólito o anacrónico, porque algunas cosas no han cambiado tanto para las mujeres. Maria Aurèlia Capmany murió en 1991 y no pudo ver la reedición del libro en 2021. Colita murió el pasado diciembre, justo antes de que se inaugurara esta exposición. En el monitor de una de las salas, a modo de homenaje, se la ve organizando, seleccionando entre sus miles de negativos las fotografías que formaron parte del libro y que iban a figurar en esta muestra. Luego aparece de espaldas atravesando una playa hacia el azul, al encuentro del mar. Igual que en la icónica fotografía en grandes dimensiones que ilustra Antifémina: una mujer ya madura en bañador que se adentra sola en un mar tranquilo y vacío como un mundo, acariciando la superficie con la punta de sus dedos. Y esto que vamos a ver no es otra cosa que el contacto con la realidad y nada hay más estimulante, más corrosivo, más revolucionario que la realidad, dice el texto de Capmany junto a la imagen, abriendo la exposición. Y eso es justo lo que puede recorrerse aquí: una realidad que atraviesa el tiempo.

 

 

Colita. Antifémina

Círculo de Bellas Artes, Sala Goya

Madrid, hasta el 5 de mayo

 


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