Veneradas y temidas





Máscara hannya del teatro japonés noh




Publicado en El Asombrario y publico.es, 29/10/2023

Observando en la urna unas figuritas griegas de mármol blanco que fueron encontradas en excavaciones y tumbas, y talladas hace cinco mil años, me acuerdo enseguida de Brancusi, que abrió la puerta al arte moderno. Igual que en las esculturas más icónicas del escultor rumano, estas figuras muestran un rostro borrado en el que sobresale la nariz en una línea pura y cruzan sus brazos bajo el pecho, donde se adivina que son mujeres. O pequeñas diosas, porque esta exposición Veneradas y temidas en CaixaForum, dedicada al poder femenino a lo largo de la historia, está llena de ellas: tallas, amuletos, esculturas, pinturas y máscaras procedentes del British Museum que representan divinidades, diablesas, monstruos o poderosas brujas que durante siglos excitaron la fantasía, el miedo o la esperanza en aquellas culturas que las veneraban.

La narrativa que habla de sus orígenes y poderes es un prodigio de imaginación y simbolismo. Ahí está, en una ilustración hipercolorista, la diosa Popa Medaw de Myanmar, un ogresa nat comedora de flores que murió de pena cuando mataron a su marido y a sus hijos, quedándose para siempre en el mundo de los espíritus. O Sedna, la señora inuit del mar Ártico madre de todas las criaturas, que esconde a los mamíferos marinos cuando son maltratados envolviéndolos con su pelo y malogrando así su cacería; en la pulida escultura en mármol negro del artista Lucassie Kenuajuak es mitad mujer y mitad foca, lleva una cabeza de pescado en la mano y está comiendo de una caracola. Presidiendo la sala desde su pedestal está Deméter, la diosa griega de la  agricultura y la abundancia que provoca el invierno con su dolor y su ira porque Hadesel dios del inframundo, ha raptado a su hija Perséfone; en la estatua de mármol del 100-200 d.C. camina vestida con una túnica y lleva una gran antorcha encendida para buscar a su hija. Junto a ella hay un jarrón del siglo V a.C. decorado con una escena que recrea las tesmoforias, el festival anual donde solo participaban mujeres para honrar a Deméter y Perséfone, donde una mujer sonriente esparce semillas que brotan en forma de pene.

Desde antiguo la tierra y los fenómenos biológicos se han asociado a lo femenino en fuerzas creadoras o exterminadoras, de vida o de muerte. Como Pele, la diosa hawaiana de los volcanes a la que llaman aquella que come la tierra, que con su largo cabello rojo y su carácter despiadado toma la forma de lava, o como Papatûânuku, la madre tierra maorí que proporciona la abundancia. Nut, la diosa egipcia del cielo madre de los cuerpos celestiales, formaba con su cuerpo un dosel sobre la tierra y cada mañana daba a luz a Ra, el dios del sol, para consumirlo por la noche en un ciclo eterno de creación y destrucción. La japonesa Ugajin, diosa sintoísta de la cosecha, se representa con el cuerpo de una serpiente enroscada y la cara de una mujer o de un anciano, sugiriendo la fertilidad que une lo masculino con lo femenino. También Ishtar, la diosa mesopotámica del cielo y reina de la noche que encarna la guerra y el deseo, aparece nombrada en los poemas con ambos géneros. Aquí se muestra en un bellísimo relieve en arcilla de hace 4000 años, desnuda y poderosa, pisando a dos leones con sus pies en forma de garra, aludiendo quizá al tiempo en el que descendió al inframundo y detuvo toda actividad sexual sobre la tierra.

Alejadas de su imagen real, las mujeres poderosas ocupaban solo el ámbito de la mitología en la imaginación del hombre, convertidas en seres inalcanzables y temidos. Cuando se liberan y transgreden los roles domésticos, su independencia, sus conocimientos y habilidades las convierten en una amenaza social, en brujas o monstruos. En la tradición japonesa, las mujeres que expresan emociones negativas como los celos se convierten en los demonios que representan las máscaras hannya del teatro noh, para expresar la transformación física y la agitación interior que sufren. Tras una urna contemplo una de estas máscaras en madera policromada del siglo pasado, con cuernos en la cabeza, la boca horriblemente abierta y unos ojos coléricos bajo sus cejas fruncidas, que al inclinarse lo que transmitía era su sufrimiento y desesperación. También Medusa, convertida en monstruo por Minerva tras ser violada por Neptuno, tenía suficiente ira en sus ojos para transformar en piedra a todo aquel que la mirase. Pero su bella efigie, con el cabello ensortijado de serpientes, es hoy un símbolo de la lucha feminista igual que Lilit, la primera mujer según los antiguos textos judíos, que abandonó el paraíso para no tener que acceder a los deseos de Adán, cuando quiso poseerla colocándose encima de ella. Desde una instalación de vídeo donde transcurre una de sus metafóricas performances, Marina Abramovic nos observa impasible mientras una pitón se desliza por su cabeza.

Estas mujeres poderosas poseían la belleza y la fuerza física, así como cierta autoridad moral para impartir justicia. Como la diosa leona Sekhmet que traía la guerra, la aniquilación y la enfermedad, pero otorgaba a sus fieles protección como ama suprema de la vida y de la muerte. O la terrible diosa hindú Kali, la dueña del tiempo, que era amada y temida a la vez y cuyo poder destruía el orgullo. Pero como mujeres, también tenían el don de la vida, la abundancia y el placer. Ahí está Venus, que encendía el amor y el éxtasis, en una estatua de mármol a tamaño natural del siglo II saliendo del baño, tratando de cubrir pudorosamente su pecho en seductora actitud. También Isis, en una primorosa figura de bronce, oro y cobre del siglo V a.C. amamantando a su hijo Horus. O Hathor, la diosa con cabeza de vaca de la belleza, el placer, la fertilidad y la sexualidad. Y en un icono ortodoxo del siglo XVI con su hijo en los brazos está María, la madre cristiana, venerada también en el Islam como Maryam la Justa, modelo de devoción y de virtud que engendró virginalmente al profeta Isa, Jesús.

Antes de salir de la exposición, la última sala invita a reflexionar acerca de los atributos y roles asociados la feminidad, el poder o la carga que conllevan para las mujeres, y su significado en el mundo actual. En unas cartulinas redondas, rotuladas con algunos conceptos que están representados en la muestra como ‘fertilidad’, ‘rabia’, ‘sensualidad’ o ‘ambición’, se invita al público a escribir sus conclusiones al respecto. En una de ellas, bajo el lema de ‘sensualidad’, alguien ha escrito: “Nunca será un poder si siempre se percibe desde la mirada masculina.”

Afuera el aire empieza a oler a lluvia, a otoño por fin. Tres adolescentes chinas de largo pelo negro caminan por delante de mí como diosas reales, con la vida tintineando en sus risas, pisando el asfalto con sus zapatones de plataforma como pisaba Ishtar a sus leones. En la marquesina del autobús una mujer medio desnuda como Venus anuncia un perfume. Yo voy pensando en las hermosas piezas que he visto en la exposición, mujeres cuyo poder solo proviene de leyendas, de creencias irracionales y mágicas, convertidas en iconos inalcanzables para salvar o aplastar al mundo. Y no sé por qué, me acuerdo de pronto de la última cartulina que leí antes de salir, donde alguien había escrito: “Mi rabia no es revolucionaria, es una reacción obvia a una sociedad que no está hecha para nosotras.”


Veneradas y temidas

CaixaForum Madrid

Hasta el 14 de enero de 2024



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