Machado en Urbión





Publicado en la revista El Viajero de El País, 20/10/2023

La Laguna Negra no es negra; sus aguas son verdes y compactas como el jade. Igual de frías, porque los diques de granito que la encierran, asaltados por pinares y hayedos, fueron esculpidos por el hielo hace millones de años entre los glaciares y circos que surcan el rostro afilado de la sierra de Urbión, en la comarca de Pinares. Agua transparente y muda / que enorme muro de piedra, / donde los buitres anidan / y el eco duerme, rodean; / agua pura y silenciosa / que copia cosas eternas; / agua impasible que guarda / en su seno las estrellasAsí la vio Antonio Machado en los primeros días del otoño de 1910 cuando salió de Soria, donde era profesor, a buscar en estos montes la cuna del Duero a más de 2000 metros de altura. Durante el trayecto, que hizo en diligencia y a caballo, un campesino le fue relatando la historia que oyó de niño a un pastor y que los ciegos cantaban por las tierras de Berlanga: la tragedia del próspero labrador asesinado por sus hijos y sepultado bajo las aguas. Esos versos de Machado, incrustados en una roca al pie de la laguna, pertenecen al romance La Tierra de Alvargonzález que escribió tras su viaje y publicó en Campos de Castilla un par de años después.

Al otro lado de una senda empedrada, a la sombra de largos pinos albares, algunas vacas color mantequilla adornan el valle donde crecen enebros y arándanos. El rico ecosistema de este parque natural, con la mayor extensión boscosa de la península, está protegido y la laguna se recorre por pasarelas de madera que preservan su morrena. Aquí corretean lagartos y tritones, ardillas, zorros, tejones, comadrejas, ciervos y corzos, nadan barbos y truchas, y planean majestuosas águilas y halcones. En la Casa del Parque proporcionan información sobre accesos y senderos, normativa para visitantes o licencias para la recolección de setas en temporada. En su interesante Museo del Bosque se puede aprender el origen y características de los glaciares y lagunas de Urbión, y conocer la vida de los antiguos habitantes de la zona: carreteros, madereros y ganaderos que juraban oír a la laguna rugir espantosamente y provocar las tempestades que inundaban y asolaban sus campos.

En enero de 1912 Machado publicó un relato con la historia de Alvargonzález y la crónica de su excursión a las fuentes del Duero en la revista Mundial Magazine que dirigía Rubén Darío, donde cuenta que inició ruta dejando la diligencia en CidonesVolví los ojos al pueblecillo que dejábamos a nuestra espalda. La iglesia, con su alto campanario coronado por un hermoso nido de cigüeñas, descuella sobre unas cuantas casuchas de tierra. Desde allí, el poeta atravesó los campos malditos y el pueblo de La Muedra que hoy duerme bajo el embalse de La Cuerda del Pozo, donde emerge como un vigía fantasma el campanario de la iglesia. En sus aguas azules con calas de arena blanca se puede nadar, pescar y navegar. Al pie del embalse, Molinos de Duero conserva el antiguo esplendor de una intensa actividad carretera en sus casonas de sillería con chimeneas pinariegas, entradas en arco y fachadas con balconadas y escudos como la imponente Real Posada de la Mesta, que ofrece alojamiento y restaurante. La encantadora senda que llaman paseo del Santo Cristo sigue el curso del río hasta Salduero, por cuyas calles empedradas pasó durante siglos la trashumancia que cruzaba la Cañada Real Galiana.

Como cuenta en su crónica, Machado iba acompañado hasta Vinuesa: El campesino cabalgaba delante de mí, silencioso. El hombre de aquellas tierras, serio y taciturno, habla cuando se le interroga, y es sobrio en la respuesta. (…) Solo se extiende en advertencias inútiles sobre las cosas que conoce bien o cuando narra historias de su tierra. Conocida como la Corte de los Pinares, la antigua Visontium de la que aún queda un puente y parte de su calzada romana, tuvo una de las cabañas ovinas más importantes del país y lo refleja en edificios señoriales como el palacio de los Marqueses de Vilueña o la Casa de los Ramos del siglo XVIII. En la Plaza Plazuela se alza el rollo jurisdiccional con el que Carlos III le otorgó el título de villa. A orillas del río Remonicio permanecen los viejos lavaderos y la lonja donde preparaban la lana. Desde la vecina Covaleda Machado continuó la ruta solo, porque el campesino había llegado a su destino. En las inmediaciones se encuentra la cueva del tío Melitón, el famoso bandolero del siglo XIX al que Pío Baroja hizo personaje en una de sus novelas. Desde el Refugio de Pescadores, junto a un peculiar puente sobre el Duero, se sube al mirador de la Machorra a ver la tarde caerse sobre montañas y valles: La tarde está muriendo / como un hogar humilde que se apaga. / Allá, sobre los montes, / quedan algunas brasas.

A Duruelo de la Sierra llega el Duero recién nacido, rodando desde los picos. Junto a su iglesia gótica de San Miguel Arcángel, con elementos prerrománicos y mozárabes, hay una necrópolis con más de sesenta tumbas rupestres y sarcófagos antropomorfos de los siglos XI al XIII. Una pista asfaltada lleva hasta las asombrosas formaciones kársticas del Roquedal de Castroviejo, desde donde arranca la Ruta de las Cascadas. Si no se padece vértigo, hay que subir al mirador de Roca Alta por la trocha, la pasarela que asciende salvando las gargantas entre las moles hasta la plataforma que cuelga de un macizo. Allí se divisa la sierra al norte como una frontera y el pico de Urbión como un vértice entre tres provincias. Los escaladores tienen una vía ferrata en Cuerda la Graja, junto a la cueva Serena y su cascada de cuento entre las rocas. Desde Castroviejo, siguiendo la GR-86 del Sendero Ibérico Soriano, se camina entre bosques, arroyos y praderas hasta la fuente del Duero al pie del Urbión, por el mismo camino que tomó Machado. Comenzaba el otoño y haría frío, y quizá llevara ese traje arrugado con brillos en las rodillas con el que le vería en Segovia unos años después John Dos Passos, a quien el poeta le pareció un hombre demasiado sincero, demasiado sensible, demasiado torpe, a la manera de los eruditos, para sobrevivir. Quizá porque la recorrió y escuchó a sus gentes, y porque aquí fue tan feliz, aunque por poco tiempo, con Leonor, Machado encendió sus mejores versos con la luz deslumbrante y agreste de esta tierra soriana. En la desesperanza y en la melancolía / de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva. / Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía / por los floridos valles, mi corazón te lleva.


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