Prima Facie

 

Vicky Luengo en Prima Facie

Publicado en El Asombrario y Publico.es, 16/09/2023


Lluvia; así empezó septiembre llamando al otoño. Ayer buscábamos la sombra entornando los ojos con pereza y hoy todo hace agua. Agua en tormentas como si el cielo quisiera volcar de golpe nuestra rutina diciendo: se acabó. SE ACABÓ. Y con esta sentencia agitando el aire, el verano está dando sus últimos estertores.

En el escenario de la Sala Verde en los Teatros del Canal una joven abogada no para de hablarnos. Solo está ella en un sobrio decorado de puertas blancas camufladas en paneles, una silla y una mesa con ruedas. Si no tuviese ese aspecto tan académico, tan de abogada bien –la camisa, el traje pantalón de raya diplomática y aire masculino, el gran bolso-maletín, el pelo recogido en la coleta– cualquiera diría que algo estimulante provoca en ella tanta locuacidad, ese rastro de altanería. Que se llama Tessa, dice, que pese a sus orígenes humildes ejerce en un bufete importante porque ha estudiado en una elitista universidad británica y es la mejor de su promoción; solo uno de cada tres, le dijeron allí, consigue llegar a lo más alto. Ella lo ha logrado, y en el despacho se ha convertido en la mejor defensora de acusados de agresión sexual porque, con la ley en la mano, subraya, gana todas las causas. Pero en la segunda parte, sobre ese mismo escenario, ya no parece la misma: ha sido violada en una noche confusa, en su propia casa, por uno de sus compañeros del bufete, con el que mantenía además una incipiente relación. Tras luchar contra el miedo y sus propias dudas –conoce perfectamente el marco legal de sus posibilidades – ha decidido denunciarlo. Luego ha pasado el tiempo hasta que ha llegado el momento de la justicia. Y ahora está envuelta en el proceso pero ya no es la abogada que representa al agresor; ahora es una víctima que acusa, que tiene que probar los hechos. Que, como si fuera ella la culpable, tiene que defenderse.

Todo esto ocurre en Prima facie, la premiada obra de la dramaturga y guionista australiana Suzie Miller que protagoniza Vicky Luengo bajo la dirección de Juan Carlos Fisher, que tras su lleno absoluto en los Teatros del Canal se irá a San Sebastián a comenzar su gira por toda España. Al final de la representación, en el culmen del furioso alegato de Tessa contra la sociedad que no la cree, contra el sistema judicial que no la cree, contra la habitual justificación e indiferencia hacia la violencia ejercida contra las mujeres, entre el público que se ha puesto en pie para aplaudir a la actriz –enorme Vicky Luengo– algunas mujeres están llorando, y otras le gritan: GRACIAS.

Al ver Prima facie me acordé de aquella película de hace años, Acusados, en la que el personaje de una jovencísima Jodie Foster era atacada por una manada de hombres en uno de esos típicos bares de película americana con mesa de billar, tipos con gorra y camisa a cuadros y máquina de discos. En la escena de la agresión, mientras unos hacían turno para echarse sobre ella, otros la sujetaban o jaleaban a los demás. Pero, como sucede en la obra de Suzie Miller, cuando decide al fin señalar y denunciar a sus agresores, con los que minutos antes se divertía bailando y bebiendo, la que es juzgada y humillada durante el proceso es ella.

Pese a que a nadie se le ocurriría pensar tras ser atracado que algo en tu aspecto o actitud incitó al ladrón a robarte o agredirte, existe la creencia irracional de que una mujer, por su aspecto o actitud, puede provocar la violencia sobre ella. Y, como sucede en la película, esa idea parece influir a veces en los tribunales. Es posible que nos suceda cualquier cosa porque la vida tiene un transcurso aleatorio, pero la escandalosa cifra la ponen las estadísticas: una de cada tres mujeres sufrirá una agresión, nos recuerda Tessa sobre el escenario, una de cada tres, repite; ahora mira a quien está a tu derecha, nos conmina, mira a quien está a tu izquierda, porque será una de nosotras.

En su libro autobiográfico Sigo aquí, donde reúne episodios en los que su vida ha corrido peligro, la escritora irlandesa Maggie O’Farrell cuenta lo que le sucedió a los dieciocho años, cuando trabajó un verano en un albergue de montaña y en un paseo solitario junto a un lago la aborda un hombre con una actitud extraña, que le habla caminando demasiado pegado a ella y llega incluso a rodearle el cuello con la correa de sus prismáticos para que, le dice, observe los patos. De algún modo se libra de él y al día siguiente decide denunciarlo. Cuando el policía le pregunta, sonriendo con escepticismo, si le hizo algo (¿la tocó, la golpeó, le hizo proposiciones, dijo o hizo algo ofensivo?), ella solo puede responder: lo habría hecho, iba a hacerlo. Un par de semanas después, dos investigadores vienen al albergue por si la joven Maggie identifica en sus fotografías al tipo que la abordó en el camino, que luego abordó, violó y estranguló a otra chica que viajaba de mochilera.

La vida tiene un transcurso aleatorio y la violencia puede alcanzarte en entornos amables, conocidos o incluso gratos, donde a primera vista nadie diría lo que va a suceder. Se desencadena en un segundo, cuando no lo esperas, sin que sepas por qué; a veces, quizá mediante ese otro sentido que dicen tenemos todos, percibes ciertas señales que la anunciaban. Pero no siempre puedes evitarla como hizo Maggie O’Farrell con ese hombre del lago, que solo rodeó su cuello con la cinta de los prismáticos. O podría haber intentado besarla, quién sabe. En Prima facie el compañero de Tessa, con el que iniciaba una relación y que había sido atento con ella hacía apenas un rato, la agrede en su propia casa, en su propia cama. Y durante el juicio, aunque en realidad no habría podido hacerlo porque la sujetaba con fuerza y le tapaba la boca, ella no puede recordar si se resistió. Si dijo NO.

Sí lo dice, con firmeza, la protagonista de la novela Recuerdos del futuro, trasunto de su autora, la escritora Siri Hustvedt, cuando entra en su casa con el chico atractivo que ha conocido en una fiesta y éste empieza a golpearla, a forzarla. Aunque no le sirve de nada: él no me oía, no me creía. Afortunadamente, las mujeres del piso contiguo acuden en su ayuda, y del episodio solo trascienden los golpes propinados y la cicatriz de un corte. Pese a la confusión inicial de su memoria y el deseo después de borrarlo, el suceso permanecerá en ella para siempre, igual que queda en nosotros todo aquello que aprendemos a través de la piel: 

El recuerdo me duele, me duele ahora, y así es como el pasado se mantiene vivo. No es un lugar sino un movimiento, del entonces al ahora. La violencia de esa noche y el sonido de una voz que repite una y otra vez “por favor, no” resuenan en y a través y a lo largo del tiempo. Se fusiona y se mezcla con otros tiempos. Nuestros tiempos.

Vicky Luengo decía en una entrevista que al ponerse en la piel de Tessa en Prima faciequería ver y entender mejor qué le pasa en su vida y en su cuerpo a esa persona que sufre agresión. En la obra, que antes de representarse en Madrid ya había triunfado en el West End de Londres y en Broadway, la mujer poderosa de la primera parte aparece devastada en la segunda, triste y furiosa, aún confusa por lo sucedido. Juzgada por todos, también por ella misma. Cuando una mujer dice NO, cuando sus acciones dicen NO, no es para nada un acto sutil, nos dice sobre el escenario con la voz rota y el rostro arrasado por las lágrimas. Y parece tan obvio. Y cuando al fin las mujeres hablan y señalan a quienes las acosan, someten o maltratan, se ven cuestionadas. Pero la violencia contra las mujeres no escucha y sucede con más frecuencia de la que podamos tolerar, porque el machismo es un virus muy infeccioso que provoca victimización de rebote, y entre sus síntomas tiende a minimizar ciertos gestos inadmisibles. Una de cada tres, vuelve a repetir Tessa, Vicky. Una de cada tres. Y en las butacas del teatro las mujeres, sobrecogidas, hacemos por no mirar a derecha o izquierda, evitando señalarnos.


Prima facie

Teatros del Canal, Sala Verde

Hasta el 17 de septiembre

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