Un viaje al pasado portugués

 

Aldeia histórica de Belmonte (A. Esteban)

Publicado en El Viajero de El País, 11/11/2022

Dibujando una sinuosa línea con su dedo azul, el río Erges marca la frontera portuguesa más allá de Coria. Al otro lado, la sierra de Penha Garcia arropa la meseta verde de la Beira Baixa donde fluye el manantial de Fonte Santa y las Termas de Monfortinho, con propiedades terapéuticas reconocidas desde el siglo XVIII. Los lugareños dicen que en sus aguas se bañaban ya los romanos, pero aquí no quedan huellas que lo atestigüen. En 1940 se construyó el gran balneario que junto con un par de distinguidos hoteles da vida cada temporada a esta localidad de aire familiar situada en el límite del concejo de Idanha-a-Nova, que ofrece muchas alternativas para el disfrute viajero. Hacia el sur se extiende el Parque Natural del Tajo Internacional; su biodiversidad de flora y fauna, con numerosas especies autóctonas de la península ibérica, es reserva de la biosfera. Allí hay barcos que recorren el río entre los altos cañones del cauce, y rutas senderistas para avistar águilas, cigüeñas o alimoches, o para descubrir paisajes megalíticos y restos de arte rupestre.

Desde Monfortinho la carretera va trepando entre pinares sobre la larga falla que cruza el territorio. Al otro lado, el castillo de Penha Garcia vigila el valle desde lo alto de una gran masa pétrea entre las gargantas del río Ponsul. El mar cubría todo esto hace miles de años y hay una Ruta de los Fósiles con restos paleozoicos y trilobites para comprobarlo. Es una senda empedrada que arranca en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y transita entre campos de labor y sencillas casas de piedra hacia los restos del castillo, desde el que se contempla el valle y la presa encajada en los altos paredones de roca. Pero quizá el secreto mejor guardado de Penha Garcia sea la piscina natural de Fonte do Pego que atraviesa el recorrido: un suave remanso de agua junto a las praderas del río donde cae una cascada lánguida, con escaleras y pasarelas de madera para comodidad de los bañistas.

Monsanto, cuyo perfil granítico se divisaba desde el castillo de Penha Garcia, es la aldeia más portuguesa de Portugal. El gran gallo de plata que corona la Torre de Lucano, un campanario del siglo XVI, es el trofeo con el que en 1938 ganó su fama en un concurso. Aunque Monsanto es por sí sola un reclamo para el asombro: construcciones que brotan de unos enormes bolos de granito, calles empedradas que serpentean hacia el castillo, preciosas casas solariegas como el Solar dos Pinheiros, palacetes blasonados como el Solar do Marqués da Graciosa, iglesias renacentistas como la capela da Misericordia. La arquitectura popular integró la geografía del territorio en muros o cubiertas, como se ve en la que llaman “casa de una sola teja”, cuyo tejado es una mole colosal, o en las antiguas porqueras que aprovechan las grutas. En el punto más alto de Monsanto, dominando todo el valle, los templarios construyeron sobre los restos de un castillo musulmán una fortaleza inexpugnable con una sola puerta. La capilla de San Miguel, la Torre del Peón y una necrópolis del siglo XII con tumbas antropomorfas excavadas en la roca son los vestigios extramuros del primitivo asentamiento medieval.    

Es probable que los romanos, que quizá edificaron el puente sobre el río Ponsul en Idanha-a-Velha (reformado y reconstruido luego a través de los siglos) y la calzada que venía desde Braga y llegaba hasta Mérida, llevaran la misma vida tranquila que se observa hoy en aquella antigua Egitania: la charla en la plaza empedrada de la iglesia alrededor del Pelourinho, los perros tumbados al sol, los frascos con salsa picante de pimientos junto al zaguán de una casa, con el precio manuscrito en un papel y una caja de lata para que dejes ahí el dinero. Nadie diría que esta aldea histórica fundada en el siglo I a.C., a la que se accede por la puerta norte de una hermosa muralla que se recorre sobre una pasarela, fue después la ciudad floreciente que acuñaba monedas de oro para los reyes visigodos. En algún recodo las indicaciones del Camino de Santiago llevan a la iglesia de Santa María, uno de los más nobles vestigios del prerrománico portugués, que conserva junto a la fachada un baptisterio de mármol con sus escalones de acceso. Cerca del río, a los pies de esta catedral, hay ruinas de poblamientos visigodos y suevos. Y bajo el interesante Archivo Epigráfico, que está en el patio trasero de una antigua almazara, se puede visitar el peristylum decorado con frescos.      

Desde su promontorio de piedra, la fortaleza medieval de Belmonte domina el valle fértil que cruza el río Zêzere al bajar desde la Serra da Estrela para unirse al Tajo. Este castillo, que alberga hoy un anfiteatro, fue a partir del siglo XV la residencia familiar de los Cabral y la historia dice que uno de sus descendientes, el navegante Pedro Álvares Cabral, descubrió Brasil en el año 1500. Junto al castillo se encuentra la capilla románica de Santiago, que atesora una Piedad esculpida en piedra y hermosos frescos policromados, y que es un importante hito de la peregrinación compostelana. Entre la Rua Direita y la Rua Fonte da Rosa un laberinto de calles empedradas forma la antigua judería en el barrio de Marruecos, donde hay una moderna sinagoga y habitan descendientes de los judíos-sefardíes expulsados de España en el siglo XVI. Esculpidos en algunas fachadas permanecen los símbolos de los gremios artesanos que en aquella época convirtieron Belmonte en una ciudad floreciente.

A unos pocos kilómetros, Sortelha aparece en un espejismo; junto con Monsanto, es la aldeia histórica mejor conservada. El tiempo se detuvo en la piedra de sus casas y la traza de sus callejones, en su castillo del siglo XIII y sus sepulturas medievales, en las ruinas de la iglesia renacentista y su campanario. En las iniciales que dejaron los canteros para anotar sus jornadas de trabajo sobre los sillares de la Puerta de la Villa, o en las medidas de los paños —codos y varas— que alguien grabó sobre la jamba de la Puerta Nueva en aquellos días de mercado. Desde la Puerta Falsa de la muralla se despliega la comarca fértil de Cova da Beira y se divisa la gran mole que parece el perfil de una mujer anciana y aquí dicen ‘cabeza de vieja’. Un poco más allá está la Casa Árabe, conocida así porque durante mucho tiempo creyeron cifrada en esa lengua la misteriosa inscripción de su portada donde en realidad pone “Jesus Avé Maria”. Y hay otra formación que esculpió el tiempo y llaman el ‘beso eterno’: son las cabezas de una doncella portuguesa y un soldado musulmán perdidamente enamorados, a los que una bruja convirtió en roca para toda la eternidad. 

 

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