Imágenes de un siglo
Fotografía de Helen Levitt, en la exposición de la Fundación Canal |
El salón del apartamento de Allen Ginsberg en el 206 East 7th Street de Manhattan tiene las paredes empapeladas de flores y un cuadro feo, un par de lámparas con la bombilla desnuda y un anticuado sofá cubierto con una colcha estampada; allí sentado el joven Jack Kerouac escucha a William Burroughs, que está a su lado soltando un discurso con aire pomposo. Así aparecen en la fotografía que tomó el mismo Ginsberg, en una tarde cualquiera, un par de años antes de escribir los versos de Aullido, ese soliloquio apocalíptico atravesado por el deslumbramiento de una ciudad insomne y por la savia lisérgica que alimentó a las mejores mentes de su generación. “El joven Jack Kerouac escuchando atentamente a William Borroughs, a quien llama el hombre más inteligente de América. Kerouac nos visitó un miércoles, otoño de 1953”, anotó con su letra infantil y ampulosa debajo de la fotografía. Luego también retrató a Burroughs a través de una ventana atestada de libros, con su largo rostro surcado de sombras. Ambas imágenes forman parte de la exposición Al descubierto. Obras seleccionadas de The Howard Greenberg Gallery, que reúne en la Fundación Canal de Madrid a algunos de los mejores fotógrafos del siglo XX.
Además de Ginsberg, hay en la muestra otro integrante de la generación beat observando con el mismo sarcasmo la vida: el fotógrafo suizo Robert Frank, que recorrió Estados Unidos de punta a punta inmortalizando lugares y personajes para su mítico álbum de 1958 The americans, y al que acompañaría el amigo Kerouac en su viaje por Florida. Aquí está el retrato que Frank hizo de su mujer Mary en 1951 mientras daba el biberón a su hijo Pablo: sentada en el borde del sofá con vaqueros y camiseta, mirando al bebé con una de esas gafas redondas de broma que tienen ojos raros estampados en los cristales. Apenas diez años antes, Mike Disfarmer retrata la maternidad con el aire solemne y tierno de su composición de estudio, en la que una mujer y un niño vestidos y peinados para la ocasión se enfrentan al objetivo con gesto sereno destacándose del fondo oscuro, como en un cuadro de Caravaggio. Disfarmer controlaba obsesivamente la luz y a veces hacía esperar a sus retratados casi una hora hasta dar con el cuadro que buscaba, hasta detener el instante en una eternidad perfecta como esta.
Fotografía de Robert Frank, en la exposición de la Fundación Canal |
Quizá porque la infancia es ese tiempo de los instantes perfectos, los niños protagonizan muchas de las obras de esta muestra, como el pequeño desnudo con un enorme sombrero de paja en el campo de refugiados de Kowloon, pisando descalzo el polvo del camino en la fotografía de 1952 de Werner Bischof; o los Niños en el edificio abandonado del camino Scott mirándome desde la ventana de esa casa vieja, atrapados para siempre entre el ladrillo y el vidrio en la fotografía que tomó Lewis Hine en 1937: “Quería mostrar lo que había que corregir. Quería mostrar las cosas que deben ser apreciadas.” Aquí hay niños que jugaban a rayuela en la calle en 1950, en Juegos de tiza de Arthur Leipzig, y niños con caretas monstruosas que en 1962 ocupaban unas gradas numeradas en Romance de Ambrose Bierce, nº3 de Ralph Eugene Meatyard. También veo niños enmascarados que salían de un portal en Brooklyn y quedaron allí detenidos por la Leica de Helen Levitt en 1940, que estaría callejeando por la ciudad como tenía por costumbre. A la fotógrafa le fascinaba el mundo irreal de los juegos y su peculiar lenguaje de garabatos, y creó un archivo formado por más de 150 imágenes de grafitis y dibujos de tiza pintados por los niños en aceras, paredes, o escaleras como la de 1938 que veo en la fotografía que tituló N.Y.C. El estudio de la joven Levitt sobre la relación entre el arte y los juegos de los niños despertó gran interés y el MoMA de Nueva York le dedicó una exposición en 1943, en ese tiempo en el que el arte fotográfico apenas empezaba a mostrarse en los museos.
“En la fotografía hay una realidad tan sutil que llega a ser más real que la realidad”, sentencia Alfred Stieglitz en el rótulo impreso en la pared de una sala; un poco más allá la sombra de un dirigible surca un paisaje de nubes en una de sus antiguas fotografías. Casa de la marquesa de Brinvilliers, la envenenadora, tituló Eugène Atget el retrato que tomó en 1900 a un edificio con jardín donde nunca pensarías que ocurrió nada. Como en una trama de Agatha Christie. Y una anciana despeinada en silla de ruedas posa con una máscara grotesca para Diane Arbus en Pensilvania, en 1970. Como los niños con sus caretas. En esta muestra, el siglo XX parece igual de inocente que ellos. O quizá un poco irreal, como sus juegos.
Fotografía de Louis Faurer, en la exposición de la Fundación Canal
Fundación Canal. Madrid
Hasta el 24 de julio
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