Un jardín futuro

Tríptico Speculum, del colectivo SMACK



Publicado en El Asombrario y diario publico.es, 04/01/2022

Cada vez que miro por mi balcón lo veo: el torso de un maniquí blanco y desnudo tras la ventana más alta del edificio de enfrente. Ha estado ahí quieto todos estos meses, todo el año, como si fuese una representación muda de esta época rara que vivimos. Sin ver pasar los días, sin verme, porque no tiene cabeza. Como el tiempo. Estoy pensando en ese maniquí de la ventana, absorta en las cuatro pantallas que componen la serie Heaven x Hell del artista serbio Sholim, porque sus animaciones digitales muestran cuatro absurdos mecanismos en forma de cabezas, rodeados de objetos y personajes que parecen salidos de un sueño o de la imaginación de Magritte, que se agitan en el bucle de un GIF igual que metrónomos tontos. Igual que se agita en su propio bucle, incansable, el tiempo. O esa sensación es la que hemos hemos tenido al finalizar un año tan sospechosamente similar al anterior. 

 La pieza de Sholim forma parte de la exposición de la Colección SOLO en la Nave 16 de Matadero Madrid que gira en torno a El Jardín de las Delicias: animación digital, creación sonora, inteligencia artificial, cerámica y pintura de más de quince artistas de la vanguardia internacional, iluminados por el tríptico colorista y alegórico de El Bosco. Así, el canadiense Dave Cooper, cuya premiada obra se mueve entre la pintura, el cómic, el cine o la televisión, reinterpreta la escena central del tríptico en su óleo Bosco Coooper, donde tiernos personajes de ojos saltones, que parecen sacados de una película animada de los años cincuenta, celebran una orgía feliz en el claro de un bosque de voluptuosa vegetación en tonos ocres, retozando con lobos, peces o aves estrambóticas. La animación El rey de la vida del dúo neoyorkino Cool 3D World cuenta en un par de minutos una parábola completa: el monarca, sentado en su trono dorado con su uniforme de gala y la banda cruzándole el pecho, preside la vida multicolor que trascurre en su jardín adornada por el canto de los pájaros, el agua de las fuentes y los insectos. Como en los cuentos de mi infancia. Pero el aire lo va envolviendo en un halo rosa y de pronto está desnudo, y después el tiempo se lo lleva hacia lo alto y lo transforma en luz, en polvo, en nada. Igual que la memoria. 

La reflexión en torno al destino del hombre, empapada en El Bosco de los rígidos preceptos morales y religiosos de su época, adquiere en esta muestra tintes apocalípticos y futuristas. Miao Xiaochun, uno de los grandes pioneros del arte digital chino, traslada la imaginería tardomedieval del tríptico al mundo contemporáneo en Microcosm, nueve paneles donde cielo e infierno se parecen mucho: pequeños hombres aplastados por teclados gigantes, ciudades en llamas, el valle de un glaciar en el que se oxidan decenas de frigoríficos vacíos ante una mole de hielo. En el tríptico de Carlus Padrissa, director creativo de La Fura dels Baus, racimos de performers colgados ejecutan su sincronizada coreografía o emergen en masa de la luminosa malla digital de una cabeza que se parte en dos. En Psychogeography Study 79, cientos de partículas y recortes atrapados entre láminas de cristal forman una figura humana en una especie de collage multicapa que su creador, el artista norteamericano Dustin Yellin, define con el término de “cine congelado”. Y el diseñador canario Filip Custic expresa la linealidad de nuestro paso por el tiempo en Homo-?, una serie de cuadros digitales donde los hermosos cuerpos estáticos adornados de simbología nos inducen a especular sobre el transhumanismo y la posibilidad de una civilización más fluida o ambigua. 

Con los 21 metros de las tres enormes pantallas de su obra Speculum, el colectivo neerlandés SMACK enciende la última sala de la muestra llenándola de un intenso colorido en tonos pastel. Es un paisaje de formas voluptuosas con torres, fuentes y extraños animales donde transita una multitud de personajes que, como sucede en el cuadro de El Bosco, habitan su mundo grotesco y paralelo ajenos a nosotros. La soledad, la obsesión por la propia imagen, el asalto a la intimidad o el consumismo son algunos de los temas representados por los personajes principales, cuyos retratos en seis pantallas ocupan la sala contigua igual que espejos a tamaño natural donde nos vemos reflejados. Como en nuestros sueños, aquí todas las escenas transcurren entre el placer y la tortura, entre lo cómico y lo trágico, entre el color y la tiniebla, y de la subyugante narración de su absurdo emerge una belleza perturbadora. 

Los últimos días de diciembre trajeron el habitual bombardeo de las imágenes, las listas y los resúmenes: las noticias impactantes, los libros, series, películas, juegos, lo mejor y lo peor, lo fabuloso y lo lamentable. Nos devolvieron machaconamente la nieve, el calor, las inundaciones, el volcán, la factura de la luz, el avance de la pandemia. Y además, el universo se muere, decía un titular de hace un par de semanas. No está mal para terminar el año. Pero está empezando uno nuevo y aún tendremos por delante todos sus días intactos para hacerlos reales. 

Está anocheciendo sobre el patio central de Matadero y del cielo aterciopelado cuelgan algunas nubes iluminadas de rosa. El cielo hermoso de Madrid, a veces tan irreal, me digo. También está encendido en el centro del patio el gran cono metálico con su estrella en la punta, y las bombillas manchan de luz las caras de la gente que charla y toma café en las mesas de la terraza. De pronto todo parece un escenario virtual donde va a suceder el futuro, y me acuerdo otra vez del maniquí descabezado que siempre veo desde mi balcón. Cada año que pasa nuestro mundo se parece más a un cuadro de El Bosco, pienso. Pero ahora empieza otro y vendrán días distintos por estrenar. 

Matadero Madrid, Nave 16 
Hasta el 27 de febrero

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