La fuerza de las flores
Instalación del artista belga Tom de Houwer |
Publicado en El Asombrario y diario publico.es, 19/10/2021
Cuando caiga la tarde en Córdoba todo el mundo se hará fotos apoyado en el pretil del puente romano, ante el antiguo panorama ocre de esta ciudad cuya arquitectura amalgama tantas culturas distintas: la mezquita, la muralla, el alcázar, las puertas y los arcos, los palacios, las torres, las iglesias. Como ocurre con las personas, las ciudades mestizas son siempre más hermosas. Bajo el puente, entre los juncos, el Guadalquivir se moverá despacio reflejando entre azul y verde la ciudad entera como si quisiera decirnos que hace ya siglos que toda Córdoba es suya, que es del agua que susurra encerrada en las fuentes y en los pozos de los patios llenándolo todo de flores.
Estos días, acompañando a la fiesta de los Patios de Otoño, se está celebrando en Córdoba la cuarta edición de FLORA, el certamen internacional en el que han competido algunos de los mejores artistas florales del mundo con sus instalaciones vegetales en cinco lugares monumentales: el Palacio de Viana, el Patio de los Naranjos, el Museo Arqueológico, el Palacio de la Merced y la Posada del Potro. Este año el tema del festival era “la fuerza”, simbolizando el poder de la naturaleza para afrontar tras la pandemia un tiempo nuevo. Y parece que todos anhelábamos el sol, los patios y las flores, porque la ciudad bulle de visitantes que hacen cola para ver las intervenciones de los floristas, y algunas actividades como talleres y conferencias agotaron sus entradas antes incluso de dar comienzo el festival.
En el patio del Palacio de la Merced, sede de la Diputación de Córdoba, arropada por el claustro de elegantes columnas barrocas y trampantojos, gira la impactante instalación móvil titulada Hora de avanzar del florista y diseñador danés Julius Vaernes Iversen y su equipo TABLEAU, que ha obtenido el primer premio del certamen por su visión vanguardista del arte floral: un enorme armazón metálico que rodea la fuente del patio con su andamiaje, donde se enredan manojos de esparragueras empolvadas de gris y anturiums de un vivo color rojo. El artista dice que quería invitarnos a reflexionar y pasar la página de todo lo vivido en el último año y medio, “crear algo que pudiera ilustrar el peso, el movimiento, la fuerza y la felicidad”. Y el péndulo que cuelga de la estructura empuja las aspas, que pasan lentamente ante los visitantes y parecen susurrarles: vamos, vamos, vamos.
Creo que podría pasar todo el día
perdiendo horas deliciosas entre jazmines, naranjos, buganvillas, geranios y
fuentes con nenúfares en los doce patios que posee el Palacio de Viana, una casa señorial con puertas y ventanas azules que
además tiene un hermoso jardín. En el Patio de las Columnas, el último que se
construyó, el artista belga Tom de
Houwer ha encerrado la fuente en un armazón cilíndrico rodeado de bambú, al
que se asoman curiosos los visitantes para observar cómo tiemblan en su
interior las largas hileras de orquídeas multicolores con la brisa suave de la
mañana, salpicadas de diminutas gotas del agua que lanza el surtidor. Con esta
instalación, que ha ganado el segundo
premio del festival, el artista dice que quería representar la fuerza
interior, y seguir la máxima con la que aborda sus trabajos: menos es más.
El viento también ha inspirado la
instalación Espejismo: reflejos del paraíso del equipo formado por la
creadora floral Inés Urquijo y la artista
plástica Nuria Mora, que ocupa el
patio del Museo Arqueológico: una grandiosa
estructura arbórea que surge de los restos de podas y las ramas que arrancó a
los jardines la tormenta Filomena durante el pasado mes de enero, y que parece
florecer de nuevo vestida de dátiles, nardos, jazmines, damas de noche,
culantrillos, amarantos, begonias y otras plantas engarzadas en musgo con la
técnica japonesa del kokedama. A sus
pies, varias planchas plateadas se retuercen y ondulan como la superficie de los
estanques árabes y lo reflejan todo: el árbol de la vida y sus colores, el
suelo alfombrado de naranjas y buganvillas, las personas que circulan fascinadas
en torno al tótem vegetal y hacen fotos a las formas irreales y móviles que multiplican
las planchas.
Parece que en esta edición de FLORA había suscitado mucha expectación la presencia del irlandés Shane Connolly, el florista de la casa real inglesa, cuyo elegante estilo ha sido definido a la vez de extravagante y sin pretensiones. Para Connolly no tiene sentido tratar de embellecer lo que ya es hermoso: “que te inviten a añadir algo a lo que ya es perfecto es tanto un honor como algo abrumador”. Así que su instalación floral en el Patio de los Naranjos es minimalista y emotiva: una larga pila de agua cuya silueta reproduce el orden de las acequias y alcorques del patio, donde flotan cientos de claveles encarnados en recuerdo de las almas que se llevó consigo la epidemia de Covid. Aquí los visitantes, que pueden hacer su particular homenaje a algún ser querido depositando un clavel en el agua, se demoran recorriendo las piscinas envueltos en el aire quieto de los naranjos, donde vibran las notas de la antífona oriental Vidi Aquam de Tomás Luis de Victoria que da título a la instalación, y que el florista escogió para recordar “los siglos de fe y devoción necesarios para construir este lugar de culto de extraordinaria belleza; nuestra visita es como un parpadeo en su línea temporal infinita.”
Antes de que FLORA termine, el público también votará y premiará su instalación favorita. Es difícil predecir el resultado, porque yo lo he visto igual de entusiasmado en cada una de ellas. Y en la clausura del día 21, el colectivo FlorMotion —integrado de incógnito por algunos de los mejores floristas de España, y que está impartiendo aquí el Taller de Instalaciones Florales Callejeras— llevará a cabo su tradicional guerrilla floral para repartir libremente por la ciudad las plantas y flores utilizadas en el evento.
Acaba el festival pero aún se
quedarán los Patios de otoño. Ahora
cae la tarde y en el puente ya se refleja Córdoba en el agua, mirándose a sí
misma. Córdoba quebrada en chorros,
decía Lorca. Una bandada de garzas cruza el Guadalquivir y se pierde en la
espesura de la pequeña reserva natural de los Sotos de la Albolafia, esa franja de ribera en cuyos arenales han
dejado sublevarse a la vegetación y anidan tantas aves. Córdoba, la ciudad de
las flores, le ha hecho su patio al río, pienso. Y entonces, la pareja que se
hacía un selfi un poco más allá, rompe a reír.
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