Antonio y Cleopatra en Mérida
Escenario de Antonio y Cleopatra en el Teatro Romano de Mérida |
Publicado en El Asombrario y diario publico.es, 11/07/2021
Como dicen siempre los directores y
actores que vienen a representar al Teatro
Romano de Mérida, sucede algo
emocionante y misterioso en su viejo escenario, cuando las vidas que
atravesaron hace siglos su momento crucial vuelven a vivirlo ahora, en un lugar
que casi no ha cambiado desde entonces. Quizá es que aquí el tiempo se pliega
en capas, superponiendo diferentes realidades: la noche fresca de Mérida en el
cielo abierto sobre nuestras cabezas, donde murciélagos o estorninos hacen sus piruetas
ante el proscenio para recordarte que estás aquí, que eres tú; o las piedras
del teatro que pisas y en las que te sientas, testigos otras pisadas desde hace
tantos milenios; o nuestro presente real y el de los actores mezclándose con el
de los personajes que interpretan, cuyo tiempo abarca solo esa medida compacta y
efímera en la que sucede todo dentro de una obra dramática, que puede sin
embargo reflejar sus vidas enteras, la vida de cualquiera. Un vértigo de
tiempos y espacios que flota como polvo ámbar en la atmósfera antigua de Mérida
y que produce la magia –ese tópico que aquí se hace tan exacto- cada vez que
empieza una representación.
Volvió a suceder el jueves en el estreno de Antonio y Cleopatra de William Shakespeare, dirigida por José Carlos Plaza sobre la versión del escritor Vicente Molina Foix, con Ana Belén y Lluís Homar en los dos papeles principales acompañados por Ernesto Arias, Israel Frías, Javier Bermejo, Fernando Sansegundo, Olga Rodríguez, Elvira Cuadrupani, Rafa Castejón, Carlos Martínez Abarca, Luis Rallo y José Cobertera.
Shakespeare escribió Antonio y Cleopatra en plena madurez a partir de la historia de Marco Antonio que trazó Plutarco en sus Vidas paralelas, cuando ya había experimentado con diversos géneros y creado tragedias perfectas con personajes como Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, Lear o Macbeth. Como él, también aquí sus personajes se encuentran en plena madurez; Marco Antonio está en la cúspide de su poder repartiéndose el imperio en triunvirato con Octavio César y Lépido, viviendo su pasión en Alejandría subyugado por la reina Cleopatra y ajeno a todo lo que pasa en Roma, cuyas noticias van y vienen por boca de mensajeros que, como sucede ahora, llevan y traen murmuraciones que acaban con su prestigio y su carrera: “uno de los tres pilares del mundo, metamorfoseado en el bufón de una puta.”
Como acostumbra, Shakespeare apea de su condición
ilustre a los personajes históricos para escarbar a conciencia en aquello que
comparten con nosotros: la limitación de ser humanos. En la primera escena los
vemos en la intimidad doméstica, enredados como adolescentes en los protocolos
simples de los enamorados, cuando Antonio es avisado de la muerte de su esposa Fulvia en Roma y de que Octavio le
reclama para ayudarle a luchar contra Pompeyo.
Cleopatra, que aquí es solo una mujer madura consciente de su posición de amante,
trata de retenerlo a su lado. Pese a sus promesas, cree que si Antonio –el
hermoso y noble soldado, el vividor, el mujeriego- viaja a Roma con los suyos,
quizá ya no regrese; ese temor a perderlo gravita sobre ella durante toda la
obra, aunque también juegue con la certeza de saberle enamorado. Así, le
asediará con cartas cada día, inventará mil razones falsas –dile a Antonio que estoy enferma, dile a
Antonio que estoy muerta- para atraerlo junto a ella. En Roma, lidiando con
esos asuntos que dejó de lado, Antonio aparece valiente y poderoso pero hay
algo en él, tan lejos de Egipto, que lo confunde y lo debilita, y su único
deseo, como si ya no le importase nada más, es que todo le permita regresar a
los voluptuosos brazos de Cleopatra. Pero a lo que le lleva todo es a traicionarse
a sí mismo y destruirse, llegando al punto de abandonar la batalla con Octavio
por seguir las naves de la reina egipcia en su huida, y a terminar matándose
cuando cree, en otra de sus tretas, que ella ha muerto.
De vez en cuando, en momentos en los que sobre los personajes pesa la carga dramática de sus circunstancias, Shakespeare introduce en Antonio y Cleopatra desconcertantes notas de humor que los actores –qué extraordinarios Ana Belén y Lluís Homar- sabían aprovechar arrancando risotadas al público con naturalidad. Parece ser que ese matiz tragicómico e inclasificable de la obra la mantuvo durante años en el limbo de los escenarios. Para Molina Foix, que ha traducido y adaptado el texto, éste es sobre todo una comedia. Dice el director José Carlos Plaza que el autor le dio además un tratamiento casi cinematográfico: 44 escenas cortas en diferente tiempo y lugar que pasan deprisa, y que se mezclaron en el montaje para potenciar ese carácter de agilidad y acercarla a una visión más contemporánea. La escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, ponía fondo a los personajes como un gran lienzo de plomo donde se abría y se cerraba la luz y la oscuridad, lo íntimo y lo público, la paz y la guerra, la vida y la muerte.
Shakespeare siempre es moderno, pero quizá en Antonio y Cleopatra hay una modernidad en la que nos reconocemos; en sus temas, en sus personajes que viven la doble vida de las personas populares o poderosas cuyas contradicciones o errores provocan su escarnio y su fin. Cleopatra es pasional y caprichosa, pero es una mujer muy inteligente en un mundo de hombres que decide con absoluta libertad, como la describe Ana Belén. Ella representa la sensualidad y la espiritualidad egipcia, Antonio la nobleza y el pragmatismo romanos. Antonio es un personaje noble, dice Lluís Homar, tiene algo animal, guerrero y conquistador; tiene carácter de semidiós pero no para de darse golpes contra todo, contra sí mismo. Tanta pasión, como les ocurre a veces a los amantes, termina por apartarlos de la realidad, de lo que son como individuos. Pero Cleopatra y Antonio se salvan al tomar la decisión más importante, que les hace dueños de sí mismos, de sus vidas, aunque estén vencidos: “No es el valor de César el que ha vencido a Antonio, sino el de Antonio el que triunfa sobre él mismo”, dirá, ya herido de muerte, el romano.
Es fácil reconocerse en las glorias y mezquindades de los personajes de Shakespeare. Quizá por eso este montaje extraordinario puso en pie al público al final de la representación, que vibró con los avatares de Antonio y Cleopatra durante 190 minutos, en los que volvió a suceder la magia que José Carlos Plaza expresó después de este modo: “Estar aquí en Mérida, ver al público bajar las gradas antes de la función, cómo vienen a disfrutar del teatro, yo no lo he visto en ningún lado.”
Antonio y Cleopatra de William Shakespeare
Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida
Del
22 de junio al 22 de agosto
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