La otra odisea de Penélope


Jero Morales/Festival de Mérida




Publicado en El Asombrario y diario publico.es,  22/08/2020 


El miércoles había luna nueva y sobre el teatro romano de Mérida el cielo parecía un espejo negro. Por eso las risotadas que a cada rato soltaban los nobles de Ítaca, retrepados en escaleras con agudas lanzas, sonaban como si alguien arrojase arena o clavos al cristal de la noche. Desde ahí arriba los hombres observaban las esforzadas disposiciones de Penélope para gobernar la isla en ausencia del rey Ulises, que había partido hacia Troya, y aunque la guerra había terminado hacía ya años, aún no había regresado junto a su esposa. Así estaba la situación: la hermosa Penélope está sola y los hombres la acosan, y quieren además quedarse con su reino. De vez en cuando llegan confusas noticias de que su esposo está vivo corriendo aventuras y peligros – también otros brazos pueden ser peligros-, así que Penélope resiste, y espera, porque esperar es su obligación de esposa. Aunque hayan pasado veinte años. Aunque, como dirá ya al final de la obra, esperar solo le haya servido para sobrevivir.

Esta Penélope imaginada por Magüi Mira a partir del clásico de Homero clausurará el lunes la 66 Edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, la más difícil hasta el momento según sus organizadores por la incertidumbre inicial en torno a su celebración y por las medidas de seguridad que han obligado a reducir el aforo hasta la mitad. Tras el estreno, la directora y los actores –Belén Rueda, que actuaba por primera vez en Mérida, María Galiana, Jesús Noguero, Maxi Iglesias, Muriel Sánchez, Antonio Sansano, Alberto Gómez Taboada y Alfredo Noval- se mostraban emocionados y agradecidos por la calidez del público ameritense y porque el festival haya salido adelante con coraje en un año tan tristemente complicado para el teatro.

Las grandes épicas como La Odisea adquieren con el tiempo un formato de leyenda y sus personajes se convierten en arquetipos, modelos que permanecen a lo largo de los siglos. Quizá por eso el texto de esta obra de Magüi Mira se estructura igual que un relato clásico y al inicio Euriclea (María Galiana), la criada que fue aya de Ulises y ahora cuida de Penélope en su ausencia, adopta el papel de contadora de historias y nos advierte: somos espectadores de un cuento. Y todo en el escenario está dispuesto como en las ilustraciones: el enorme olivo cuyo cuerpo leñoso acoge la intimidad de las mujeres, las lanzas y la ropa negra de los impostores, el traje azul (como un príncipe) del rey Ulises, o el vestido blanco, nupcial, con el que Penélope baila feliz con su amado al principio de esta historia. El mismo vestido que aún llevará puesto cuando todo termine.

Pero las grandes épicas son siempre historias de hazañas masculinas. A Penélope, en cambio, suelen representarla sentada junto al telar donde teje y desteje el sudario con el que gana tiempo, o quizá en la ventana mirando con lánguida tristeza la línea del mar en el horizonte: esa imagen de mujer estatua, tan bella, misteriosa y accesoria. Hay un momento en el desarrollo de la obra en que Euriclea riñe a Penélope cuando ésta se lamenta de que Ulises la haya dejado sola con todo (la crianza del hijo, los asuntos del reino, las traiciones de los nobles) y, según las noticias que han llegado a sus oídos, haya podido olvidarla en brazos de otras. Euriclea, igual que hacen las madres con sus hijos, defiende y protege la naturaleza de un varón: “¿acaso no puede un hombre que lucha distraerse un poco?” Ulises ha ido a la guerra y las guerras son de los hombres, pero también Penélope libra la suya en su propia casa. Una lucha frente a otra, pero solo la de Ulises importa porque Penélope nos es más que una mujer enredada en sus asuntos; “eres solo una mujer”, se burlan los hombres desde lo alto de sus escaleras. Y se ríen, con su risa de arena y de clavos, mientras a Penélope todos, hasta su hijo Telémaco, la mandan callar. “Puta, zorra”, le gritan los hombres desde lo alto de sus escaleras. Y el arquetipo Penélope no termina de ser consecuente y duda, ¿de verdad mientras miente su honestidad resiste y ella espera? Los sesudos análisis sobre el personaje no lo tienen nada claro porque con las mujeres nunca se sabe, no son de fiar. Ni siquiera Euriclea se fía de ella y revela a los hombres su estrategia: Penélope teje su destino por el día y lo desteje por la noche. El arquetipo Ulises, que la traiciona una y otra vez mientras no termina nunca de llegar, es el aventurero, el guerrero, el patriota, el héroe. Un modelo para la posteridad.

Quizá el difícil reto de alterar el punto de vista en la épica masculina de La Odisea parecía por momentos deslizar la obra hacia el alegato, restándole sugerencia con algún exceso discursivo. Pero ante las piedras del teatro la expresión corporal de los actores (las coreografías de María Mesa para Muriel Sánchez, Jesús Noguero y Belén Rueda, o el grupo de hombres agitándose como un solo cuerpo) llenaba de espectáculo y movimiento una escenografía ideada por Curt Allen y Leticia Gañán que arropaba la música de David San José; todo resplandecía bajo el cielo negro de la noche de Mérida como si nos sumergiera en un sueño, y el público se puso en pie entusiasmado al terminar la representación.

Me acordé, viendo esta reescritura feminista de La Odisea, del libro de Rebecca Solnit Los hombres me explican cosas, donde la autora norteamericana señala, a través de divertidas anécdotas propias, esa posición que adopta la masculinidad tradicional para relacionarse con las mujeres: una elevada atalaya desde donde se las ve pequeñas y frágiles; del mismo modo los hombres de Ítaca, como una manada de lobos, se ríen de Penélope desde sus escaleras. Cuando al fin regresa Ulises, Penélope es, como ella misma le dice, veinte años mejor, y el héroe ya no puede mirarla desde donde lo hacía antes porque ahora están frente a frente, iguales. Y no le gusta. Así que la historia torna en tragedia y no hay un final feliz que celebre como en las fábulas la fidelidad y abnegación de la mujer que durante media vida espera a un hombre. Este es un cuento cruel, nos dice Euriclea en su moraleja, que a pesar de los siglos sigue sucediendo. Pese a que lo intenta a lo largo de los años, Penélope no maneja su destino, sino que su destino de mujer la maneja y la destruye.



Penélope, de Magüi Mira
Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida
Hasta el lunes 24 de agosto


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