El melodrama es un veneno

El reparto de Antígona recibiendo el aplauso del público en el estreno



Publicado en El Asombrario y diario publico.es, 25/07/2020


Casi ha anochecido en Mérida aunque hacia el oeste la piel del cielo parece maquillada de un naranja pálido, como la de una actriz preparada para actuar. En el aire todo está quieto salvo los insectos que rondan la luz de los focos sobre las gradas del anfiteatro. Desde aquí apenas se oyen las voces de un grupo de agricultores apostado fuera frente a la puerta del teatro por donde entrarán los reyes, igual que hace más de dos mil años entraban por ella los emperadores. Enseguida, en un goteo ordenado, empiezan a llegar los espectadores embozados en sus mascarillas. Los acomodadores lucen la que se ha diseñado para esta edición con una nariz y unos labios sobreimpresionados en la tela; parecen máscaras vivientes. Luego se encienden las luces en el frente de escena recortando enormes círculos de oro en las columnas y los capiteles, y cobran vida algunas figuras decapitadas que dormían entre las sombras envueltas en el mármol de sus mantos. Un par de figurantes enfundados en monos blancos retiran simbólicamente los aparatosos plásticos que cubrían la escenografía sobria de mesas y sillas y simulan fumigarlo todo. La brisa caliente de la noche mece con suavidad el cadáver de trapo de Polinices, colgado de una soga por las muñecas en lo alto de las columnas. Cuando aparecen los actores cruzando el escenario el silencio cae de golpe como un vapor espeso, y entonces Clara Sanchís se acerca al atril del decorado y apoyando su voz en la reverberación perfecta de las piedras nos dice: “Buenas noches. El melodrama es el veneno de este pueblo.

De este modo abrió Antígona la edición de este año del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, con un montaje del dramaturgo mexicano David Gaitán protagonizado por Irene Arcos, Fernando Cayo, Clara Sanchís, Isabel Moreno, Elías González y Jorge Mayor. Cuando hace unos años Gaitán estrenó esta obra en México, el país se estremecía aún tras la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en la brutal represión policial de Iguala, y sus familias clamaban al gobierno por sus cadáveres para enterrarlos. Pese al riesgo de que en medio de la consternación social la obra pareciese oportunista, el dramaturgo creyó que era el momento preciso de retomar la reflexiones en torno al ejercicio del poder, la emancipación de la conciencia o el despotismo de la ley que laten en esta conocida tragedia.

La realidad nos pone constantemente ante el momento idóneo para volver al fabuloso texto de Sófocles, que siempre parece escrito ayer. En la adaptación para este montaje Gaitán señala los defectos de nuestra civilización hiperestimulada y plana en el alegato que Clara Sanchís, actuando como Sabiduría en representación del pueblo de Tebas, lanza desde su estrado:

[…] El mal melodrama que durante décadas el sistema de entretenimiento habitual así como los medios masivos de información han inyectado en nuestras venas está atentando contra nuestros ojos, nos está dejando ciegos. Nuestra retina milagrosamente percibe algunos colores, pero el cerebro ya no; nuestro pensamiento se ha disminuido a dos: blanco y negro. Héroes o villanos. Capacitados o inútiles. Legitimados o desconocidos. Cien o cero. Sí o no. La percepción se ha vuelto esclava de la sobre estimulación; tenemos tanta urgencia por ordenar la realidad que el resultado son una serie de etiquetas simples -melodramáticas- para entender el mundo. Como si eso hiciera sentido.

Y después anuncia el comienzo del juicio a Antígona, que desoyendo el tiránico decreto de su tío Creonte, rey de Tebas, quiere enterrar el cadáver de su hermano Polinices. Quizá por los acontecimientos que rodearon la creación de este montaje Gaitán pone el énfasis en el personaje del rey, que en la deslumbrante actuación de Fernando Cayo se desplegaba en un Creonte campechano, ignorante y rudo, machista y profundamente cínico, que se divertía manipulando la opinión de su auditorio y la conciencia de la confusa Antígona que interpreta Irene Arcos, mientras fingía poner en manos del pueblo la decisión de su terrible destino. En el momento más intenso de la obra, cuando los argumentos a favor de Antígona se agotan y todo parece abocado al castigo, su hermana Ismene, interpretada por Isabel Moreno, exclama desesperada: “la justicia es imposible”. En aquel instante, como si todo formase parte de la misma escena, entre el silencio sobrecogido del público se oyó el graznido agudo de un pájaro que ejecutando su propia coreografía cruzó la noche sobre las viejas piedras del anfiteatro.

Igual que hago cuando imagino a un personaje, durante el desarrollo de la obra traté de imaginar qué sentiría Felipe VI, que asistía con su familia a la representación y que había sido abucheado y aplaudido a la vez por parte del público cuando entró al teatro, contemplando al tirano rey Creonte regodearse en el alcance de su poder y atreviéndose a decir: “ser rey es rechazar ser humano”. Por un momento parece que la obra se reescribe y Antígona se salva, pero el destino actúa porque el destino, como su vida, también es propiedad de Creonte. Luego traté de imaginar qué sentiría cuando el Pueblo, interpretado por medio centenar de jóvenes figurantes, increpa a voz en grito a Creonte desde las gradas y nos sobrecoge, y baja al escenario a ejecutar en un tumulto el violento desenlace que deja al rey caído y desmadejado en el suelo junto al cadáver de Antígona. 

Hace ya miles de años que Sófocles señaló lo que la Historia repite hasta hoy mismo una vez y otra: es muy delgada la línea que separa la democracia de una tiranía que se ampara en sus propias leyes. Antígona ejerce su libertad y decide enfrentarse a un poder injusto y eso la condena, pero el arquetipo de su sacrificio recorre los siglos para que reflexionemos acerca del modo en que organizamos el gobierno de nuestras vidas. En uno de los momentos más memorables del montaje, la Antígona de Irene Arcos canta un rap ante Creonte cuyo estribillo dice: “toda ficción tiene siempre algo que incomoda”, arrancando el aplauso de un público con muchas ganas de teatro y cuya ovación, algo ahogada por las mascarillas, premió a los actores al final de la obra.

En la presentación del festival Jesús Cimarro, director del evento, lamentaba las dificultades por las que debido a la pandemia atraviesa la cultura y el teatro en particular para la apertura de las salas, mientras los negocios o los bares inician una vuelta moderada a la normalidad. El teatro, la cultura, son necesarios, insistió. El teatro es necesario porque incomoda, porque como ocurre en Antígona y en tantas otras obras, representa para que la pensemos la más cruda metáfora de lo que somos. Y un teatro vacío es también la metáfora de algo.


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