Castell de Guadalest


Campanario de la iglesia de la Asunción


Publicado en el suplemento El Viajero de El País, 21/06/2019


En los días claros como hoy el pantano de Guadalest llena el fondo del valle de un intenso azul turquesa, dibujado con sus orillas blancas como en esos mapas que coloreábamos en el colegio. Así se ve desde el castillo de San José, en Castell de Guadalest: encajado entre los fabulosos picos de las sierras de Xortà y de la Serrella, por cuyos barrancos, si ha habido lluvias durante el año, bajará resbalando el río. El paisaje interior de la Marina Baja de Alicante le asombrará si viene desde la costa, con sus manchas boscosas y sus quebradas moles de roca que se extienden hasta donde alcanza la vista. Y entenderá que ciertas localidades del litoral alicantino disfruten de un clima tan benigno, protegidas como están por estas cordilleras de semblante prehistórico que atrapan en sus brazos las corrientes frías, y que parecen esculpidas por un martillo gigante. Este castillo de San José fue una fortaleza musulmana en el siglo XI y sufrió terremotos en 1644 y en 1748, aunque en 1708, durante la Guerra de Sucesión, una voladura ya había destruido toda su ala oeste. También los seísmos desgajaron algunas masas rocosas dejando las curiosas formaciones afiladas que salpican la panorámica y que tienen nombre, como la Penya Cullerot o la Penya el Castellet en la vecina localidad de Benimantell, que se divisa desde aquí en un puñado de casas blancas. Los restos de una torre vigía coronan la Penya de l’Alcalà, a la que solo se podía subir por una escala de cuerda. Sobre otra de las agujas se asienta, solitario y cándido, el campanario de la iglesia de la Asunción

A los pies de los enormes riscos donde se alza el castillo, el entramado urbano que forma el Raval parte desde una placita con varias terrazas en las que puede sentarse al sol y tomarse algo, y serpentea luego por calles remozadas llenas de tiendas de artesanía, recuerdos y productos de la zona, que ponen su nota de color en los muros encalados. Como otras localidades del interior, hasta hace unos años los habitantes de Guadalest vivían sobre todo de los cultivos que alfombran el valle: olivos, algarrobos, nísperos, almendros. Pero la construcción del embalse y su relativa cercanía a destinos costeros como Benidorm, Calpe o Altea, propició una afluencia turística que trazó nuevas perspectivas. Quizá por eso, este es el pueblo con más museos de España: museo medieval, de miniaturas y microminiaturas, de belenes y casas de muñecas, de saleros y pimenteros –el único en Europa-, de vehículos históricos, del mundo del gato o de esculturas gigantes. Y por si el visitante aún dudara de que acercarse hasta aquí merece la pena, Guadalest se precia de figurar en la lista de Los Pueblos más Bonitos de España y de haberse incorporado en 2016 a la federación de los más bonitos del mundo. 

Al salir de el Raval una suave pendiente escalonada conduce hasta la Vila, la antigua población intramuros a la que se accede por el Portal de Sant Josep: un túnel excavado en la roca sobre cuyo arco aún reposa el escudo nobiliario y un balcón de vigilancia para el cuerpo de guardia. Lo primero que encontrará al otro lado es la fachada señorial de la Casa de los Orduña, que gobernaron la fortaleza y toda la comarca durante casi trescientos años. En el interior del edificio, primorosamente rehabilitado, se pueden visitar las salas nobles y las alcobas decoradas con valiosos muebles como los dos bargueños catalanes con incrustaciones; el comedor y su colección de cerámica con algunas piezas del siglo XVI; la biblioteca, que atesora más de mil volúmenes catalogados; la cocina y la despensa, por las que se accede al patio interior con aljibe y a las ruinas de la torre del castillo de la Alcozaiba, donde se dilata el esponjoso panorama del valle y de las sierras. Junto a la casa señorial, y conectada a ella como era habitual antaño, se encuentra la iglesia barroca de la Asunción, que se reconstruyó en 1753 sobre los restos originales del siglo XIII, y que fue durante cuatro siglos el templo más importante de todo el valle. En los bajos del ayuntamiento, visible desde la calle a través de una reja, la prisión del siglo XII ocupa un primitivo aljibe que recogía el agua de las lluvias. 

La oferta gastronómica se reparte en numerosos restaurantes que ofrecen recetas tradicionales como la olleta –un guiso delicioso de arroz o trigo con verduras-, la típica paella de monte con conejo, o las tartas y dulces elaborados con almendras de la cosecha local. Tras reponer fuerzas y para completar la visita, aún puede recorrer el embalse en un barco solar para admirar a pie de agua los grandiosos perfiles de las sierras, que con sus cortados y barrancos son el paraíso de escaladores y montañeros. Hay un itinerario senderista que parte de Guadalest bordeando el pantano que se bifurca tras varios kilómetros ofreciendo dos opciones: continuar camino para llegar hasta Castell de Castells, o alcanzar la cumbre de la sierra de Xortà, a más de mil metros, en la fuente de Los Tejos. Pero para tocar casi el cielo, apenas unos kilómetros hacia el sur varias rutas llegan hasta el pico de Aitana, que con sus 1557 metros es el más alto de toda la provincia. En la vecina Callosa d’En Sarriá, en las Fuentes de Algar, podrá recorrer el cauce del río y sus acequias centenarias por un circuito de puentes y pasarelas escalonadas, contemplando las cascadas, fuentes y manantiales que brotan de las rocas, y que forman pequeñas pozas o tolls donde se remansa el agua para que tome un baño si el tiempo le es propicio. 



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