El arte de la contingencia
Cristina de Middel, de la serie Jan Mayen |
Publicado en El Asombrario, 24/04/2019
Algunos días de abril son tan brillantes que la realidad te parece una fotografía viva de las cosas. Sí; escogerías una escena entre todo este movimiento y la detendrías un instante en el cuadro primaveral de esta mañana de jueves: esas masas de espuma blanca entre las fachadas atravesando un lienzo azul, los destellos multicolores del tráfico intermitente, la gente que cruza la calle como si actuara iluminada por un foco. Bajo esta luz, hasta los muros de la Tabacalera parecen recién pintados. Todo está más ahí que nunca, esta realidad existe aunque no se mire, pero adquiere más sentido al ser representada y entrar a formar parte del archivo de nuestras historias.
A Cristina de Middel (Alicante, 1975) el retrato de lo real le sirve para articular crónicas de lo que sucede en ciertos ámbitos imaginarios. Para la artista, Premio Nacional de Fotografía en 2017, la fotografía tiene que trascender su mera función de mostrar las cosas y construir imágenes subjetivas que jueguen con la verdad de lo que vemos, dice. Por eso su obra tiene siempre ese carácter tan teatral, donde la realidad deviene en la narración burlesca de algún asunto de su interés. Ese peculiar matiz narrativo ya impregnaba su serie más emblemática, Los afronautas, que apareció en 2012 en un fotolibro autoeditado y obtuvo numerosos premios y reconocimientos. En aquellas fotografías, la autora recreaba con tintes de humor y poesía el programa espacial que desarrolló Zambia en los años sesenta del pasado siglo, en el que planeaba enviar a la luna una nave con diez tripulantes y un gato.
Tabacalera Promoción del Arte acaba de inaugurar la exposición titulada Preparados, listos, archivo reuniendo tres de sus últimas propuestas, donde a partir de la manipulación de diversos fondos fotográficos la artista vuelve a tomar medidas al gran contenedor de la realidad y juega con el concepto de archivo, que como dice Joan Foncuberta para presentar la exposición, “cuando se abre al relato, es como si trasladásemos nuestra inteligencia a una cueva de Alí Babá”.
En los fondos documentales del Archive of Modern Conflict, Cristina de Middel halló la increíble crónica que inspiró Jan Mayen, la serie que abre la muestra. En ella recrea el periplo de unos ricos aventureros que en 1911, queriendo emular a los primeros exploradores del Polo Norte, se embarcan hacia esta isla perdida entre Islandia y Groenlandia con la intención de realizar novedosos estudios científicos. Tras una accidentada travesía alcanzan al fin sus costas pero el tamaño de su nave no les permite siquiera acercarse a la orilla, por lo que deciden atracar en una playa islandesa para filmar una película de lo que hubiera sido su hazaña. Allí desembarcan con sus bártulos y sus equipos polares, y documentan en imágenes la toma de muestras y mediciones del falso territorio indómito. Para asegurar que todo esto sucedió, diversos objetos representativos de la disparatada expedición se exhiben en la urna de una pequeña sala: brújulas, anteojos, diarios de navegación, un catalejo o un cuervo disecado. Y la artista incluye alguno de ellos en las imágenes coloreadas de gran formato donde recrea las escenas de aquella aventura: mapas que se incendian, cartas de navegación donde nadie anotó nada, cuadernos garabateados. Y toda esta narración secuenciada desborda el marco de las fotografías y dilata el periplo por grandes paneles, para confirmarnos que la verdadera historia –sea cierta o no- sucede siempre más allá de ellas.
En Aleatoris vulgaris, la segunda parte de la exposición, se muestran las composiciones realizadas por la artista a partir de imágenes provenientes del archivo fotográfico de la Universidad de Navarra: antiguas instantáneas amarillentas de paisajes, calles, objetos, personas que parecen a veces fantasmas de sí mismas. Piezas de un pasado que ya no existe, escogidas aleatoriamente. Para seleccionarlas, la artista emplea diversos procedimientos, como preguntar números al azar a algunos transeúntes en una ciudad de Mozambique; o consultar a un gurú en India y a un brujo africano en Londres; o sumar las cifras en los mensajes de unas galletas de la fortuna en un restaurante chino de Río de Janeiro; o inventar rudimentarios mecanismos que dejan caer un bolígrafo sobre las páginas de un estudio de probabilidades o un cuchillo que cuelga sobre cartones de bingo. "Métodos generadores de lo aleatorio", como aclara un panel. Las fotografías resultantes del azar inspiraron composiciones de collage que borran cualquier huella de nostalgia, que ya no tienen que ver con la memoria sino con el archivo de todas las imágenes que guardamos en ella: ese almacén de realidades dispersas que nos asaltan aleatoriamente, y que al abrirlo debe ser reinterpretado.
En su libro La cámara lúcida, el semiólogo Roland Barthes explicaba que mientras la pintura puede fingir la realidad sin haberla visto, la fotografía necesita de algo real para ser captado, y que la misión del fotógrafo no consiste en verlo sino en encontrarse allí en el momento preciso; quizá por eso la realidad nos parece más real cuando la observamos atrapada en las fotografías. Y nadie diría que mienten las que integran el archivo del diario mexicano Alerta! que ilustraban las crónicas de su sección de sucesos, y que recorren en tropel las paredes de una sala en la tercera parte de esta exposición, bajo el título de Cucurrucú. A partir de ellas, Cristina de Middel realizó doscientos dibujos que ocupan otra sala contigua en los que con su habitual ironía inserta, como si fuesen viñetas, apasionadas frases de las rancheras mexicanas que forman parte de la cultura popular. Sobre la violencia de algunas de las escenas representadas, sus enunciados señalan de forma casi cómica la perversión de esos relatos tan acaramelados de las pasiones que, de tanto oírlos, hemos dado siempre por ciertos.
En su estudio, Barthes también señalaba la cualidad que posee una representación fotográfica de inmovilidad viviente. Pero afortunadamente la obra de Cristina de Middel contradice siempre ciertos aspectos aprendidos sobre el arte de la fotografía; sus representaciones de la realidad no quieren atrapar el tiempo sino extenderlo, agitarlo y desprender de él esas historias irreales que desbordan el marco de muchas de sus creaciones. Aunque yo diría que no son exactamente historias sino cápsulas que encierran un significado narrativo propio, con ese matiz de teatralidad que induce a creer, pese a la extrañeza que provoca contemplarlas, que todo cuanto hay en ellas es real y está sucediendo ante nosotros tal y como ella lo percibe.
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