Tragicomedia de un teatro




El Coliseo Carlos III, desde el escenario





Publicado en El Viajero de El País, 11/01/2019


Como ocurre en otras localidades de la sierra madrileña, al llegar el otoño San Lorenzo de El Escorial se ve un poco taciturno. Ya han pasado las fiestas de agosto y sus fuegos artificiales en la lonja del monasterio, y también la Romería de la Virgen de Gracia con su larga procesión de peñas y carros engalanados, que cada año atrae a más gente. De un día para otro todo vuelve a lo suyo: la vida cotidiana de sus habitantes, el transcurrir de los turistas que van del monasterio y sus museos a la Casita del Príncipe o a la del Infante y sus jardines, la holganza de los visitantes de fin de semana en las terrazas de la plaza, bebiéndose el sol del otoño y luego del invierno. Cada una de sus piedras sabe que este pueblo, con su aire distinguido y encantador, es destino predilecto de quienes a lo largo del tiempo han venido a vivir, a veranear o a pasear por sus calles o su extraordinario entorno natural: reyes, ministros, artistas, burgueses, madrileños que lo escogieron como su segunda vivienda.

Al ilustrado Carlos III también le gustaba ir en otoño a El Escorial. Pero entonces, arracimado en torno al fabuloso monasterio renacentista no había más que un puñado de casas labriegas y, como hiciera en Madrid, el rey emprendió con sus arquitectos Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva una reforma urbanística que configuró su actual fisonomía. En pocos años se hicieron viviendas para infantes y nobles; cuarteles para la caballería; los dos palacetes de caza y recreo; las Cocheras Reales, que aún conservan y exhiben carruajes, vestimenta y pertrechos de época; y las Casas de Oficios para los sirvientes y funcionarios de la corte. Como colofón, y para incorporar al conjunto una de sus distracciones favoritas, en 1770 el rey encargó al arquitecto francés Juan Marquet el proyecto del que sería el primer teatro cubierto de España: un pequeño coliseo igual al que había hecho a su gusto en Caserta, Italia. Y al año siguiente, frente a las casas de oficios que enfilan la calle de Floridablanca y a las que originalmente estuvo unido por un pórtico de acceso, ya estaba construido, y se integraba con la naturalidad del urbanismo barroco en el escenario arquitectónico del pueblo. 

A primera vista, el Coliseo Carlos III aparece como un palacete con muros rosados, elegantes ventanas azules enmarcadas de granito y la característica cubierta herreriana de pizarra a dos aguas. Pero la funcionalidad de su estructura interior se diseñó bajo el innovador modelo de los teatros napolitanos: un espacio diáfano rodeado de palcos y cerrado por un tablado, que incorporaba la maquinaria para los telones, luminaria y efectos escenográficos que arrasaban entre el público de la época. Hacía tiempo que la corte disfrutaba en sus palacios y jardines de estas representaciones grandilocuentes, en las que los extravagantes efectos visuales de los escenógrafos italianos prevalecían de tal modo sobre el texto dramático que los autores escribían y adaptaban sus obras para incorporarlos. Pero a estas representaciones palaciegas les faltaba el atractivo que tenían los corrales de comedias, y que los coliseos reales, pensados para acoger toda clase de espectadores, venían ahora a incorporar: el bullicio del gentío que gozaba de la comedia nueva, riendo o gritando a los actores a su antojo, aplaudiendo, pateando o llorando por los acontecimientos que allí se representaban. A partir de entonces, el esquema estructural y arquitectónico del coliseo sería el modelo para otros teatros de corte que iban a acabar definitivamente con los corrales de comedias, influyendo además en todos los aspectos de la dramaturgia.

Similar al coliseo de San Lorenzo de El Escorial, Carlos III promovió también los de Aranjuez y El Pardo, que desaparecieron en el tiempo. El Teatro Real de Aranjuez, construido por Marquet en 1768 y del que solo quedaba en pie un frontal de cinco arcos, abrió sus puertas en 2014 tras su reconstrucción completa. A duras penas, el de El Escorial consiguió resistir de una pieza sus muchos avatares para que a principios del siglo pasado estrenaran allí los dramaturgos del momento: Benavente, Arniches, Muñoz Seca o los hermanos Álvarez Quintero, a los que hoy recuerda una placa en la casa que habitaron frente a los límites de la finca La Herrería. Como tantos teatros, fue convertido en cine tras la Guerra Civil y vendido años después, muy deteriorado, a una promotora que proyectó en la finca la construcción de un bloque de viviendas. En los años 70, la obstinación de un puñado de vecinos consiguió salvarlo de la demolición, y comenzó una respetuosa reforma que sería Premio Nacional de Restauración en 1980 y que le devolvió su aspecto original: desde el refuerzo de la cubierta de madera o las tapicerías de palcos y butacas, hasta el nuevo fresco del techo de la sala, cuyo artesonado había sido arrancado en gajos en 1943 y vendido en algún lugar del extranjero que aún se desconoce. Al fin, en 1979, este hermoso coliseo, el más antiguo que se conservaba en España tal como era y uno de los más antiguos de Europa, volvió a abrir sus puertas con un recital de Teresa Berganza

Todos los meses con cita previa se realizan visitas guiadas en el coliseo, en las que se puede ver el torno que subía y bajaba la enorme lámpara central, que entonces era de velas, así como las tramoyas originales y el peine de 1771 que movía telones y decorados. Su escenario sigue teniendo la pronunciada inclinación original, pensada para mejorar la visibilidad del público que asistía a las representaciones de pie en el patio. 


Comentarios

Entradas populares