Memoria de España en ámbar
Mi padre tuvo un Gordini, ese encantador coche mofletudo con faros redondos que sacó la marca Renault allá por los años 60. Creo que era de color gris. A decir verdad, no sé si lo recuerdo porque haya podido retener ciertas imágenes de mi más tierna infancia, o porque mi padre me haya contado más de una vez que lo compró después del Seat 600, que fue su primer coche, y que antes tuvo una Vespa en la que mi madre y él recorrieron el sur de España en viaje de novios. La memoria, ya se sabe, aprovecha los relatos que los demás hacen de anécdotas que ella ha perdido, y se los apropia como si fueran suyos. Yo me he acordado del Gordini de mi padre al ver uno en las diapositivas de Gonzalo Juanes que se proyectan en la gran exposición que el museo Reina Sofía dedica a los fotógrafos del Grupo AFAL, y es como si el color desvaído de la infancia hubiera irrumpido de golpe en mi memoria, tiñéndola con ese tono ámbar que nubla algunas fotos viejas que guardo en cajas de lata.
En 1956 aparecía en España el primer número de la revista AFAL (Agrupación Fotográfica Almeriense), promovida por el fotógrafo Carlos Pérez Siquier y dirigida por José María Artero García, que hasta su cierre en 1963 publicó el trabajo de los mejores fotógrafos de la época y supuso la renovación de la fotografía española tras la posguerra. Pese a la larga sombra de la censura, pese a la frágil infraestructura editorial y cultural que padecía España en aquellos años, la revista almeriense se convirtió en un referente y la obra rompedora de los integrantes del Grupo AFAL se expuso en Milán, París, Bruselas o Moscú, codeándose con las vanguardias europeas del momento. Así expresaban su manifiesto en el editorial del número cuatro de la revista, cuya página ocupa una vitrina de la muestra:
“No queremos mantenernos al margen de este universal debate entre formas caducas y formas novísimas en el campo fotográfico. No podemos permanecer eternamente en medio, con buenas palabritas para los de uno y otro lado. Repudiamos la postura aséptica, cómoda y burguesa del término medio, del estar bien con todos, del no buscarse complicaciones. Basta ya de vivir a expensas de las primitivas ideas de un grupo de maravillosos artistas, sí, pero encajados dentro de las ideas de su tiempo. AFAL, nosotros, tomamos definitivo partido por la fotografía del tiempo que nos ha tocado vivir.”
La exposición Una aproximación a AFAL: Donación Autric-Tamayo en el centro de arte Reina Sofía reúne la obra de sus más destacados miembros: más de 200 fotografías pertenecientes a la extensa colección que han donado al museo Adolfo Autric y su esposa Rosario Tamayo, reunida a lo largo de veinte años, y que se abre con la famosa instantánea de Ramón Masats de los seminaristas jugando al fútbol. Ramón la odia porque siempre le piden la misma, pero es una foto extraordinaria, me dice Adolfo Autric, que ha tenido la enorme gentileza de acompañar a esta cronista en su visita a la exposición. Cuando la ampliaron por primera vez para exponerla se dieron cuenta de que había sido gol, porque la mano del portero estaba por delante del balón y se ve cómo éste había entrado ya en la portería. Esta foto, y otra de Masats que hay en otra sala y retrata a unos niños alineados con uniforme de colegio, sirvió de inspiración a Almodóvar para su película La mala educación.
Hay un halo monocromo de tristeza en las fotos más antiguas que describen la vida de aquella España, como en la conmovedora estampa de la niña bizca en su Primera Comunión, de Ricard Terré. El día de su exposición, se acercó a Terré un hombre que veía en la foto a “un ángel” y quería que hiciese el reportaje de la comunión de su hija con síndrome de Down, pero él le explicó que no se dedicaba a hacer esos trabajos; ante la insistencia del hombre, que era oftalmólogo, Ricard accedió, a condición de que en pago operase a la niña de su estrabismo, me cuenta Autric.
Excepto estas ampliaciones provenientes de exposiciones y alguna instantánea de Catalá Roca sobre tela, la mayoría de las fotografías en la muestra guarda el tamaño con el que eran positivadas para la revista o para las maquetas que conformaban el diseño de los libros; en algunas de estas maquetas se pueden observar las marcas y tachones de los censores que supervisaban con entregado celo el contenido de la publicación. La revista AFAL, que costaba 20 pesetas, introdujo la novedosa idea de trabajar bajo proyecto aunando las imágenes por series, lo que atrajo a los fotógrafos más inquietos de la época. En una de las salas se exhiben algunos ejemplares completos, en cuyas portadas aparecen retratadas mujeres guapas porque, según me explica Autric, si no, no vendían. Entre los años 50 y 60, Oriol Maspons y Julio Ubiña hicieron una serie de felicitaciones navideñas en las que la austeridad de composiciones y motivos describe el país de aquellos años: la negrura de una calle donde tiemblan algunas bombillas, una mujer de negro que lleva de la mano a una niña muy pequeña cruzando la Plaza Mayor, que pese a ser de día aparece sombría y desierta.
Antes de ser conocido por sus retratos psicológicos, un joven Alberto Schommer de apenas 20 años llamó la atención del grupo por algunas escenas callejeras en Pamplona y Vitoria como las que cuelgan de estas paredes, y fue invitado a sumarse al movimiento. Huyendo de las lánguidas pautas del pictorialismo, los fotógrafos de AFAL preferían captar los personajes que habitaban las ciudades y los pueblos de aquella España pacata y pobre, como la que retrata Carlos Pérez Siquier en el barrio almeriense de La Chanca usando el color para teñir de poesía la miseria. Algunos de esos personajes como las mujeres, los buscavidas y canallas del Raval de Barcelona, a los que disparaba Joan Colom con disimulo apoyando la cámara en su cadera, se han hecho icónicos con los años. Más allá, en una de las fotos de la serie Vivir en Madrid de Francisco Ontañón, una pareja rodeada de niños rema en una barca del Retiro, y se parece a la gran familia de la película de Fernando Palacios que vi de niña en la tele. Es un Madrid casi sin semáforos, con serenos y organilleros, que ya no existe. En el proyecto Costa Brava Show de 1967, Xavier Miserachs enfoca con ojo crítico la progresiva transformación de la costa española. Durante varios años, Xavier cogió su moto y recorrió la Costa Brava para contar el impacto que el turismo iba dejando en el lugar; por este proyecto abandonó su carrera de médico y se dedicó de lleno a la fotografía, me cuenta Autric bajo la atenta mirada de Duchamp y Dalí, a los que Miserachs retrató cuando los encontró allí veraneando.
Algunas fotos, como las que Julio Ubiña hizo de Hemingway en Pamplona en 1959 y de la muerte de Carmen Amaya en Begur en 1963, fueron auténticos best-sellers en las revistas ilustradas del momento. El entierro de Carmen Amaya fue un acontecimiento que levantó una gran expectación internacional, pero no dejaron entrar a ningún fotógrafo salvo a Ubiña, que de este modo tuvo la exclusiva, comenta Autric mientras contemplamos a la bailaora muerta vestida de blanco en la cama, y en el féretro abierto orlada de flores. En uno de los expositores, observamos la maqueta del libro sobre Los Sanfermines que la editorial Espasa Calpe encargó a Ramón Masats, donde se pueden ver algunas fotos positivadas al tamaño de un sello y otras cortadas porque iban a doble página. En vez de fotografiar todo el tiempo a los toros y a los mozos, que hubiera sido lo normal, me cuenta Autric, Ramón se dio la vuelta y captó a la gente. Así, en sus instantáneas hay muchachos bebiendo de una bota, se oye la risa de los críos que corren a empellones, el entrechocar de los platos en un restaurante, y el único toro que aparece está solo y exhausto ante la plaza abarrotada, asaetado por las banderillas, con los cuartos traseros ya vencidos en la arena.
En diciembre de 1963, debido a los elevados costes de impresión y las pérdidas que acumulaba, la revista dejó de publicarse. Sus páginas, donde los editores elegían con mimo el diseño de tipografías, ilustraciones y composición, habían puesto en valor la obra de algunos de los mejores fotógrafos españoles del momento, aderezada con textos de grandes autores como Unamuno, Valle Inclán, Azorín o García Lorca en una novedosa interacción entre imagen y literatura. En un sarcástico homenaje muy del gusto de sus miembros, se publicó un reportaje que escenificaba el entierro y dejaba a la posteridad la imagen de “la tumba de AFAL”. En una de las vitrinas de la exposición también se muestra una de las últimas fotografías del grupo, de 2011. Todos han estado mil veces en mi casa, pero del grupo ya solo quedan Pérez Siquier, Ramón Masats y Leopoldo Pomés, que está muy enfermo, comenta Autric con melancolía, y añade que para su esposa Rosario y para él todas estas fotografías han estado con ellos durante tantos años que son casi como de la familia. Y pese a haberlas contemplado cada día en sus paredes, durante nuestro recorrido por la exposición me pareció que ante alguna instantánea le asaltaba lo mismo que a mí: ese breve estupor que provoca una imagen que ilumina, de manera fugaz y por primera vez, algún ángulo ya olvidado de nuestra memoria.
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