La estación adolescente






Publicado en El Asombrario y diario publico.es,  28/04/2018


Como cada año, esperamos que la primavera llegue con su encantadora aura de inocencia. Pero entonces irrumpe abril con sus cambios de humor, con sus manos frías y su gorro de nubes oscuras haciéndonos creer que todo empezará a madurar y que al fin se va el invierno. Sí, Eliot tiene razón: abril es un mes cruel que despierta los brotes dormidos bajo la nieve y los ahoga en gélidas lluvias, que sonríe con sus dientes soleados y estalla a cada rato en tormentas caprichosas. La primavera es la estación adolescente y abril es su mensajero, y nunca se sabe cómo va a reaccionar. 

La película Heartstone (Corazones de piedra) no transcurre en primavera sino a lo largo de un verano islandés, pero el clima se muestra tan cambiante y frío como ha sido nuestro mes de abril. Dice Guđmundur Arnar Guđmundsson, su director y guionista, que al rodar quiso evitar que la cámara se recreara demasiado en el increíble paisaje que habitan sus personajes: montañas y valles que dilatan azules y verdes, una naturaleza intacta donde hombres y animales conviven y pugnan por su sitio. Sin embargo el director, cuya primera película ha cosechado ya 35 premios en diferentes festivales, aprovecha el carácter salvaje de este entorno como metáfora para la intensidad de su historia: el último verano que compartirán dos amigos, Thor y Christian, en lo más álgido de su adolescencia. ¿Qué se puede hacer a esa edad en un pequeño pueblo costero de Islandia durante las vacaciones escolares? Pescar con hilo en el puerto, destrozar a patadas coches en el desguace, correr a ningún sitio tan rápido como puedas, montar en bicicleta, pelear con tus hermanas, jugar al fútbol, gritar en los acantilados, ir a ver qué hacen las chicas, tomarte un refresco en el único bar de la localidad soportando las burlas de la pandilla rival. Más o menos, lo que hace cualquier chico a esa edad en la que el cuerpo despierta y se explora y la mente se agita en una fuga vibrante y dolorosa. Más o menos lo que hacemos todos en esa etapa confusa en la que la vida gira tan rápido, antes de salir lanzados desde ella en busca de la plenitud. Pero la adolescencia es como la primavera: guarda un dolor oculto en el esplendor de cada floración. 

Heartstone es sobre todo la historia de la conmovedora amistad entre Thor y Christian, porque en la adolescencia siempre hay un amigo junto al que la ansiedad del despertar sexual se padece mejor. Así, mientras Thor escudriña su cuerpo en busca de revelaciones con las que afrontar su fascinación por Beth, una de sus nuevas amigas, Christian se descubre irremediablemente atraído por su amigo Thor. Hay un paralelismo temático entre esta película islandesa y la reciente y exitosa Call me by your name de Luca Guadagnino, donde el adolescente Elio inaugura su sexualidad enamorándose de Oliver, un apuesto becario que pasa el verano en la villa italiana de sus padres. Todo parece dispuesto para el dulce despertar de Elio al amor: el tranquilo pueblo italiano, la luz de la campiña, la música, la complicidad de unos padres con amplia cultura—qué emocionantes palabras dedica el padre a su hijo Elio para aliviar su corazón roto—. La película de Guadagnino, cuyo guión desarrolló con James Ivory a partir de la novela homónima de André Aciman, fluye melancólicamente a través de instantes luminosos para retratar la parte más inofensiva y candorosa de la adolescencia, la más romántica. Lo que aprende Elio, además de su despertar a la sexualidad, es la primera lección que te da el amor: que en su exuberante paisaje de primavera crecen las espinas de la pérdida. 

También Hearstone se tiñe de melancolía, pero sin la dulzura que recrea la cinta de Guadagnino; es una melancolía áspera, pegada a la tierra. La vida en un remoto pueblo de Islandia es más dura que en la campiña italiana, y el entorno de Thor y Christian no hace concesiones a las dudas sentimentales. Deja de ser tan raro y todo irá bien, le dice Thor a su amigo cuando empiezan los problemas. Hay un fondo de violencia en todo lo que rodea a los chicos, en el vasto y hermoso paisaje islandés todo adquiere una fisicidad un poco animal; lo que en la película de Guadagnino eran escenas de tono cálido para revelar el placer y la belleza de la piel acariciada, aquí son planos donde los chicos golpean, se empujan, sudan, se besan con ansia, arrancan las agallas ensangrentadas de un pez mientras boquea, ayudan en el campo o sujetan a un cordero que va a ser sacrificado. Todo está salvajemente vivo y penetrante; en ningún otro momento como en la adolescencia las cosas son así, por eso el director islandés se recrea en secuencias de bellísima fotografía que podrían parecer accesorias o alargadas, pero que funcionan como un correlato minucioso para describir con exactitud las sensaciones y los vaivenes emocionales de los chicos, mostrando todos los matices que atormentan su edad. Y también Thor y Christian aprenden aquí su lección: que en realidad la vida empieza cuando te asomas al primer precipicio. 

Después de tantos meses de casas cerradas, hoy la tibieza del aire permite estar con la ventana abierta. Entra una brisa suave y afuera se oyen, lejanos, los tercos violines de la Primavera de Einaudi. Termina abril y al fin se va el invierno, y se lleva el frío y las lluvias. Todo está preparado: el cielo, los árboles, los insectos perezosos en torno esas flores amarillas que aprovechan los resquicios del asfalto, el canto de los pájaros que se sobrepone al tráfico. Al caer la tarde estaremos todos en la calle, sin ganas de irnos a casa; por todas partes estará estallando la vida y de pronto buscaremos el amor, el sol y la piel, la risa, porque la primavera es la estación más joven y parece tan inocente. Por eso tampoco hay que fiarse mucho de ella, ya se sabe que la adolescencia es frágil e inconstante, y en cualquier momento puede traernos tormenta. 



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