Valles y montes alicantinos
Atardecer en Castell de Castells |
Publicado en el suplemento El Viajero de El País, 12/01/2018
En la cima del Montgó, a casi 800 metros de altura sobre Denia, se ve todo el cabo de San Antonio entrando al mar como una enorme proa. Al otro lado, tierra adentro, la comarca de la Marina Alta despliega hasta las sierras una sucesión de valles de un rugoso color esmeralda. El norte de Alicante, montañoso, abrupto y fértil, contradice esa etiqueta de tradicional destino playero que acompaña siempre a la región y ofrece otro tipo de planes en un entorno más agreste: mercados en pueblos encantadores, gastronomía sencilla de la tierra, vías ciclistas y rutas de senderismo que surcan barrancos y montes coronados de miradores y antiguas murallas.
En dirección a Pego, se puede empezar por recorrer el marjal del Parque Natural de Pego-Oliva: un extenso humedal con una red de canales y antiguas acequias, cuyo ecosistema es además zona de especial protección de aves. Hay pasarelas de madera para caminar sobre arrozales ecológicos y cultivos experimentales, donde además del tradicional arroz bomba se produce una deliciosa variedad autóctona que llaman bombón. En los meses de verano el parque ofrece barcas para remar por los canales, y también los amantes de la bici disponen de una vía ciclista que parte desde la Muntanyeta Verda y discurre junto al río Salinar entre juncos y cañas. Desde Pego, la carretera CV-712 asciende por un puerto de montaña con espectaculares vistas sobre las sierras de Alfaro y los campos de La Vall d’Ebo desgarrados por el Barranco del Infierno, que es conocido entre los caminantes como la catedral del senderismo. Al llegar arriba, una reserva ofrece burros y mulas con itinerarios guiados por los desfiladeros. Hay multitud de rutas, con más o menos dificultad, para adentrarse en este increíble cañón horadado durante siglos por el río Girona; quizá la más conocida sea la senda que desde La Vall de Laguar desciende por 6.800 peldaños en piedra de la época morisca hasta el fondo del barranco. Un poco más fácil, en La Vall d’Ebo hay un sendero que parte desde la fuente de La Serra y el Lavadero, y va bordeando la ladera hasta Els Tolls; allí el nacimiento del río forma pozas y cascadas de agua limpísima para darse un baño si el tiempo acompaña.
La orografía de la comarca es un auténtico nirvana para espeleólogos, montañeros y escaladores: picos rocosos, paredes verticales, cuevas y hasta simas que abren su boca a 130 metros de profundidad como las de Els Avencs, en la carretera que viene de Pego. La Cueva del Rull, una gigantesca gruta con formaciones calcáreas de gran belleza, es casi una visita obligada. Descubierta casualmente a principios del siglo pasado por un cazador y su perro, se abrió al público en los años sesenta y desde entonces es uno de los reclamos más turísticos del valle.
Quizá menos turísticas pero más extraordinarias —y también emocionantes— son las pinturas rupestres conservadas en concavidades y grutas por todo el norte de la provincia, donde se han hallado hasta cuarenta abrigos de comunidades neolíticas con restos de arte levantino macroesquemático exclusivo de la zona, que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1998. Castell de Castells posee el yacimiento más importante en el santuario de Pla de Petrarcos, al que puede llegar en coche o, si prefiere caminar hasta allí, tomando una ruta circular de unos 13 kilómetros que parte del pueblo, cruza el río y pasa junto a los restos de antiguos molinos. El santuario, datado en más de 8.000 años de antigüedad, consta de cinco abrigos protegidos por vallas en la pared de la montaña a gran altura, decorados con motivos que los arqueólogos interpretan como rituales que invocaban la fertilidad de estas tierras: figuras, plantas, semillas y animales dibujados con los trazos simples y gruesos de pintura roja característicos del arte macroesquemático.
Cuando atraviese estos valles, que parecen dormir al abrigo de las altas moles calcáreas, quizá piense como yo que en realidad con sus ritos los pobladores prehistóricos no invocaban la fertilidad, sino que la celebraban: largos bancales de olivos, vides, cerezos y almendros que en la primavera reventarán de flores. Las delicadas cerezas de montaña de La Vall de Gallinera, en la vecina comarca de El Comtat, tienen su merecida denominación de origen. Hay que detenerse uno a uno en los encantadores pueblos de este valle hermanados por sus nombres árabes: Benimarfull, Benilup, Benimassot, Benilloba; en sus calles se respira un sosiego luminoso. Gorga conserva un olivo monumental y milenario, tan grande que en su tronco vivió una familia durante años, y en las viejas piedras de Millena, Balones y Tollos hallará petroglifos y misteriosos símbolos grabados. Siéntese al sol en alguna de sus plazas tranquilas a degustar por ejemplo un plato típico de pericana, o a probar algún tinto de monastrell acompañado de olivas de la tierra.
Si aún quiere caminar, en Planes hay una senda que recorre el Barranc de l’Encantà y llega hasta las estribaciones del pantano de Beniarrés, donde además hay otro importante yacimiento neolítico en la Cova d’Or. Pero si prefiere pedalear, en L’Orxa podría incorporarse a la Vía Verde del Serpis que viene desde Muro de Alcoy por el primitivo trazado ferroviario atravesando increíbles desfiladeros, túneles y apeaderos fantasmas para llegar hasta Gandía.
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