Los paisajes milenarios de Tenerife


Gaviota tinerfeña contemplando el Atlántico




Publicado en la revista El Viajero de El País, 30/12/2017


Como cada sábado, hay Mercadillo del Agricultor en Tacoronte. Los visitantes recorremos los puestos boquiabiertos ante la exuberancia multicolor: plátanos, mangas, guayabos, sandías, fresas, judías, papas, bubangos, berros, tomates, arvejas, batatas; además hay especias, y pan, mermelada, huevos, quesos, vino, miel. Y también hay flores. Y en el aire del hangar flota un olor húmedo a café y a tierra, como si los productores de esta comarca de Tacoronte-Acentejo, al noreste de Tenerife, acabaran de arrancárselo todo a sus huertos para venderlo aquí en el mercadillo durante el fin de semana. El norte parece otra isla, salvaje y aborigen, que conserva casi intacta su tradición agrícola. En otro tiempo, estos campos donde hoy se extienden los largos viñedos estaban tapizados de selva, por eso Tacoronte presume de guardar su último reducto en el bosque de Agua García: una apretada masa de monteverde que alberga especies raras de aves e insectos, en la que merece la pena adentrarse desde alguna de las rutas que parten del centro de información en la calle Madre del Agua. 

Desde Tacoronte, la carretera que discurre por la costa hacia el oeste está salpicada de bodegas donde probar o adquirir las variedades de vino con denominación de origen. También se suceden los guachinches, las típicas casas de comida canaria que eran antiguamente los patios de los bodegueros que ofrecían a sus clientes algún tentempié de queso o papas; en sus menús hay siempre exquisiteces autóctonas como la ropavieja o las garabanzas. Y en El Sauzal, a un par de kilómetros, se puede visitar la Casa del Vino o la Casa de la Miel para empaparse aún más de costumbres norteñas. 

El valle de La Orotava cruza por las ventanillas con su alfombra verde toda manchada de casas. Luego, desde Los Realejos, la carretera va atravesando túneles y bordeando acantilados, bancales de plataneras que saludan meciendo sus hojas gigantes, y tranquilos pueblos costeros de arquitectura tradicional. Del mirador de San Pedro, junto a Los Realejos, parte la popular ruta de la Rambla Castro que baja hasta el mar entre palmeras y dragos. El barrio de Los Quevedos, en San Juan de la Rambla, conserva sus edificios cuadrados de gruesos muros y piedra basáltica tan característicos del norte. En Garachico, cuyo pulcro centro histórico ostenta la medalla de oro de las Bellas Artes, el castillo de San Miguel recuerda su antiguo esplendor como primer puerto comercial de la isla hasta la erupción volcánica de 1706, que lo sepultó y originó las piscinas naturales de El Caletón. En el lugar de acceso al puerto, por donde entraban y salían mercancías y personas hacia América o África, hoy hay un parque donde duermen varias anclas herrumbrosas que se llama Puerta de Tierra, y en él un Rincón de los Poetas con un busto de Rafael Alberti. Garachico es también la puerta de entrada al paraíso natural de Isla Baja: montañas, bosques, acantilados y barrancos con rutas que se adentran en el paisaje inalterado del macizo noroccidental de Tenerife. 

Tras tomar un refresco en su quiosco, cuesta abandonar la plaza de los Remedios en Buenavista del Norte: una extensión sombreada de ficus en torno a un templete para orquestas, donde juegan los niños cruzando la calle sin tráfico y un grupo de vecinos charla en las escaleras de una iglesia blanca. Desde aquí parte la TF-445, cuyo trazado se irá adelgazando a medida que se abra paso por una abigarrada campiña de palmeras, chumberas, pitas y terrazas con viñedos. Al tomar el desvío hacia Teno Alto, la carretera comienza a ascender tortuosa por las laderas de un puerto de montaña para adentrarse en el macizo de Teno. De tanto en tanto, tras las curvas cerradas aparece el destello azul del Atlántico cercado por los picos. Este territorio indómito, casi inaccesible hasta hace unos años, es hoy un parque rural que llega hasta Santiago del Teide con más de cien kilómetros de rutas señalizadas por barrancos y senderos, y con zonas restringidas de alta protección para especies endémicas en peligro como el lagarto moteado o el águila pescadora. En Los Pedregales, cerca de El Palmar, hay un Centro de Interpretación donde obtener información detallada sobre el parque y sus accesos.

Al llegar a Teno Alto el paisaje se dilata en suaves lomas verdes salpicadas de retama que peinan los vientos alisios, y laderas donde se alinean terrazas de cultivo. Hay un puñado de casas de arquitectura rural en torno a una ermita, corrales y antiguos silos, y junto al camino asfaltado pasta un rebaño con lustrosos ejemplares de cabras y ovejas ajeno al menú que ofrecen más allá un par de guachinches: potajes y guisos con carne de cabra acompañados por un vino fresco de la cosecha propia. Se puede llegar hasta la Punta de Teno siguiendo una ruta señalizada de unos seis kilómetros. Desde el mirador del faro, que surge con sus rayas rojas y blancas de las rocas negras, se divisa el contorno abrupto de La Gomera flotando en el Atlántico y el paredón oscuro y rugoso que forman los acantilados de Los Gigantes, como diques que encerraran tanta agua azul. 

Saliendo de Teno hacia el sur, la carretera TF-436 trepa al Alto de Baracán y su mirador, donde las moles y profundos barrancos que forman el macizo de Teno dibujan un paisaje milenario; luego rodea la montaña del Agua y su umbrío bosque de laurisilva, uno de los mejores de la isla, en el que es posible adentrarse por varios senderos. A pocos kilómetros, milagrosamente encaramado en un risco sobre las simas, se aprieta el caserío rural de Masca alrededor de una plazuela con un ficus gigante y una pequeña iglesia reconstruida del siglo XVIII. La ruta del barranco de Masca, una de las más populares del parque, discurre entre las altísimas paredes de basalto hasta una cala de arena negra donde el Atlántico besa los pies a Los Gigantes.


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