Artistas en la calle
Lavapiés, mayo 2016 |
En la terraza de Eponine Franckx el aire huele a jazmín, y hay una franja de luz viva que limita la sombra en la empalizada; al otro lado del cañizo se ven los tejados de Lavapiés, oscurecidos por la lluvia del mediodía. También hay restos del chaparrón sobre la colchoneta que cubre el banco, pero el sol ha secado todo lo demás, las plantas resplandecen en sus macetas y parece que sonríen o que se contagian de la luminosa alegría que rodea a Eponine, como un aura. Tiene motivos para estar contenta, porque la décima edición de Los Artistas del Barrio, las jornadas expositivas que ella organiza desde hace años, contarán esta vez con más de trescientos creadores que abrirán al público las puertas de sus casas y estudios en los barrios de Lavapiés, La Latina y Bruclin los próximos días 7 y 8 de mayo. Se ríe cuando me cuenta que en su primera edición, hace doce años, solo participaron veinticinco. Dejaba anuncios en los bares para que me llamaran, explica, y luego iba a sus casas a convencerles: vais a abrir las puertas, va a venir gente de la calle a ver vuestra obra, pero no os van a robar ni hacer nada; algunos lo conocían, pero a la mayoría le daba miedo. En realidad, la idea ya estaba implantada hacía tiempo en muchas ciudades europeas y de Estados Unidos; Eponine había asistido como público en Bruselas, su ciudad natal, y lo recuerda como una experiencia inolvidable. Disfruté tanto, dice, que cuando vine a Madrid para trabajar como lectora en la Escuela Oficial de Idiomas, empezó a perseguirme la idea de organizarlo aquí, donde aún no existía nada parecido. Decidió presentar el proyecto a la Comisión Europea y le concedieron una subvención; la única con la que ha contado desde entonces, y que le alcanzó para llevar el evento hasta tres distritos durante varios fines de semana. Desde entonces llevo doce años empujando el proyecto, dice, sin ayudas de ningún tipo. Y lo dice otra vez risueña porque Eponine se ríe todo el rato, pese a que en su rostro hay huellas de que ha robado horas al sueño para tenerlo todo listo, como siempre, en un plazo récord. Organizar Los Artistas del Barrio es algo que viene haciendo cada dos años de manera altruista, pidiendo favores y tirando de amigos —los tengo a todos trabajando, dice— en jornadas maratonianas donde cada uno hace lo que puede, en los ratos que puede.
Hoy Los Artistas del Barrio ya es una asociación cultural, y con Eponine colaboran codo a codo Tania Aristi, que busca patrocinadores, y Sébastien Rouyet, que se encarga de la coordinación y se suma a nuestra charla. El ayuntamiento quiere que el evento se profesionalice, dice Sébastien, porque hasta ahora lo hemos hecho nosotros de una forma amateur, sacando tiempo de las noches y los fines de semana durante los seis meses de trabajo que nos lleva, con unos gastos que además apenas cubrimos. El sueño sería que patrocinadores, ayuntamiento y Ministerio de Cultura cubrieran el total de gastos y el evento pudiera ser gratuito, añade. Este año, por primera vez, se han involucrado varios patrocinadores y el consistorio está colaborando en ciertos aspectos logísticos, aunque han prometido estudiar la subvención del próximo encuentro. Madrid era la única ciudad europea donde hasta ahora el ayuntamiento no participaba ni prestaba ayuda al evento, que se financia con la venta de mapas que indican puntos de exposición y el listado de artistas, y unas chapas acreditativas para poder acceder a las casas. Con el mapa en la mano, el público escoge su ruta y lo que quiere ver, y en su callejeo descubre además rincones urbanos que de otro modo no hubiera visto nunca. Lo que nos gusta es este ambiente de barrio, dice Sébastien, la gente recorriendo las calles con su mapa y su chapita y llamando a las puertas de los artistas. Es una magnífica opción para el fin de semana, no importa tanto lo que vas a ver, aunque la calidad es muy alta, sino la actividad en sí, y sobre todo el contacto humano. Y Eponine añade otro matiz: esa tendencia que tenemos a mirar por el ojo de las cerraduras. Para todo el mundo es divertido, dice, entrar en un edificio extraño, subir las escaleras, llamar a un piso de alguien que no conoces y ver qué hay dentro y cómo es la casa de un artista, preguntarle sobre su trabajo, es muy intenso. Los artistas reciben gente que se interesa por su obra durante nueve horas sin parar, dos días seguidos, y ven cómo reaccionan ante su trabajo; terminan agotados pero felices y con la autoestima muy alta. Además obtienen contactos para colaborar en talleres, encargos o exposiciones, crean lazos entre ellos; han llegado incluso a establecer relaciones sentimentales con alguien del público.
Mientras charlamos, se oyen los pájaros; casi parece que allá abajo, por las calles de Lavapiés, no pasa nadie, y pienso de pronto en los tres mil visitantes que se estima acudirán a esta nueva edición. Estos eventos reúnen mucha gente en torno a algo, ponen inevitablemente un sitio de moda y valorizan el barrio, pero no tienen por qué “gentrificarlo” o hacerlo más cool. Además, cuando organizas algo así te das cuenta de que hay artistas en todas partes, dice Eponine. Sébastien está de acuerdo con ella: Bruclin, que participó por primera vez en 2012, tiene mucho potencial; hay muchos artistas que están allí viviendo y creando, en un barrio que es tradicionalmente popular. Viven allí porque les gusta, no porque hayan decidido cambiarlo. A Eponine también le gusta Madrid, Lavapiés, su pequeña terraza, su trabajo como productora teatral para el grupo ImproMadrid; está satisfecha —sonriente, sí— del camino que ha recorrido. Por el momento no vuelve a Bélgica; aquí hay menos dinero, dice, pero la calidad de vida y el ambiente es increíble, no lo cambio por nada. Dentro de unos meses, como su proyecto, su hijo también nacerá en Madrid. Entonces tendrá aún menos tiempo, y aguarda esa ayuda que le permita contratar un equipo para que todo sea menos arduo que ahora. Aunque viendo su entusiasmo, nadie dudaría de que volverá a hacerlo de todas formas. Tengo un lado muy altruista, poder ayudar a la gente me hace feliz. Los Artistas del Barrio es una experiencia increíble que no tiene nada que ver con el hecho de ir a una galería o un museo; mi propia experiencia como público, lo que yo sentí aquella primera vez, quise trasladarlo a otro lugar, y por eso llevo doce años empeñada en esto, porque no quiero que desaparezca.
Bruclin: la vida al otro lado del río
Antes, en vez de un río adiestrado y este paseo que pone una franja verde donde solo había gris, Madrid tenía un cinturón de asfalto que partía el centro en dos, y lo que quedaba fuera parecía una ciudad distinta, un extrarradio. Por eso, el lema con el que arrancó como una provocación el colectivo cultural que se formó en 2012 al otro lado del puente de Segovia, fue: “atrévete a cruzar el río”. Uno de los cabecillas de esa pequeña rebelión fue Antonello Novallino, un creador audiovisual de Salerno que lleva diez años viviendo en España y capitaneó la organización de las tres primeras ediciones del barrio. Todo surgió, me cuenta, cuando mi compañero de piso, el fotógrafo Francisco Cuéllar, y yo quisimos participar en Los Artistas del Barrio; esta zona en torno a Puerta del Ángel también forma parte de La Latina, y sin embargo todo el mundo piensa que estamos muy lejos. Aquí vive muchos artistas, actores, pintores, músicos; nos conocíamos bien porque frecuentábamos los mismos sitios, sobre todo la taberna vegetariana El triángulo de las verduras, el teatro El Montacargas, y la academia de pintura Guiarte, cuya colaboración fue esencial para sacarlo todo adelante. Participó un montón de gente, con muchas ganas, y estuvimos también en la calle haciendo representaciones, talleres, una ruta de la tapa; los chinos del barrio organizaron danzas de abanicos y puñales, taichí, y hasta hubo una batucada en la plaza del mercado.
En aquellas primeras reuniones, y a modo de broma, surgió la idea de llamar al barrio Bruclin inspirándose en el famoso distrito neoyorquino, al que les unía su condición ribereña y sus altas dosis de vida creativa. Y por eso, inventaron un emblema que representa el río e imita la bandera estadounidense, y se compuso un sentido himno, de inspiración castiza, a cargo de Rafa Sánchez y su grupo Variedades Azafrán. Por aclamación popular, Antonello fue nombrado alcalde honorífico, e inauguró el evento con un pregón. Me hicieron un traje con chistera, y vestido así me paseaba por el barrio; aún me cruzo con gente por la calle que me saluda llamándome alcalde, dice entre risas.
La participación en Los Artistas del Barrio y la creatividad de sus habitantes ha convertido esta zona, al otro lado del río, en un lugar con personalidad propia que se ha consolidado en el tiempo. Bruclin no es un movimiento, es una forma de llamar a esta zona donde se producen estos eventos. A los vecinos en general les gusta, porque aquí puede participar todo el mundo, dice Antonello. No buscamos convertir el barrio en otra cosa, nos gusta así, solo queremos darle un poco más de vida y preservar la que ya hay. Y no somos los únicos, hay asociaciones como La Rueca con proyectos muy interesantes, que están recuperando ciertas zonas algo abandonadas que corrían peligro de degradarse.
Este año, es Rafa quien organiza la participación de Bruclin en Los Artistas del Barrio. El entusiasmo es el mismo de siempre, y además hay planes en el horizonte: solicitar al ayuntamiento el reconocimiento de Bruclin como sitio cultural con entidad propia, y crear una asociación con la que seguir creando y compartiendo actividades con los vecinos del barrio.
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