Toledo en unas horas
Fiesta del Corpus, Toledo 2013 |
Publicado en El Viajero, 04/01/2016
En la puerta de
la judería de Toledo se leen estas palabras de Bécquer: “En nombre de los poetas y de los artistas, en nombre de los que sueñan
y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de
estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica.” Y así aparece sobre el Tajo, antigua y
majestuosa como si nadie la hubiera tocado nunca. La ciudad está radiante; tras
su Año del Greco en 2014, será Capital Gastronómica
en 2016.
10.00 Café con
churros frente a la Bisagra
Contemplada desde
el Kiosco Catalino del paseo de Merchán, tomando café y churros antes de iniciar
la ruta, la Puerta de la Bisagra está
imponente con sus abultados torreones y su escudo imperial gigante. Las trazas
de su origen árabe apenas son visibles en la mole renacentista porque, como todo
en Toledo, es una amalgama de culturas. Prueba de ello son las ruinas del circo
romano que se conservan en el parque al otro lado de la avenida de la
Reconquista, y también la torre mudéjar de la Iglesia de Santa Leocadia, patrona de la ciudad, que encuentro al
subir por el remonte mecánico del Recaredo. Desde ahí se llega enseguida al
convento de Santo Domingo el Antiguo,
que atesora los restos atribuidos al Greco y sus primeras pinturas españolas. A
la vuelta, una losa de mármol recuerda frente a los muros del convento el lugar
donde estuvo la casa natal de Garcilaso, cuyas antiguas piedras son ya solo eso:
recuerdo.
11.00
Bécquer y Buñuel en Santo Domingo el
Real
En el número
ocho de la calle San Ildefonso vivió el escritor romántico Gustavo Adolfo Bécquer solo por un tiempo, pero su presencia es
constante por toda la ciudad. Lo pone en la placa de numeración de la tapia
exterior, por donde asoman las ramas del laurel que en su jardín plantó el
poeta. Rodeando el convento enladrillado de las Capuchinas y su placita, que retrató
Buñuel en Tristana, se llega por la calle de los Aljibes hasta Santo Domingo el Real; el pórtico
renacentista de este monasterio con sus columnas toscanas también aparece en
algunas escenas de su película Viridiana.
Dicen que Bécquer, que solía callejear por Toledo a horas intempestivas, se
enamoró de una bella novicia que ingresaba en este convento, y que de esa
tristeza brotó su leyenda titulada Las
tres fechas. En la plaza hay una placa con unas líneas de este relato, y
otra de la Sociedad de Amigos de Bécquer,
que incluso abrió una hornacina dejando unos volúmenes de sus Rimas para solaz de todo el que pasara. En
el friso de la portada plateresca del convento
de San Clemente –que se jacta de haber elaborado el primer mazapán- se
puede ver, si se busca bien, la firma que Bécquer grabó en el yeso junto a la
de su amigo Yldefonso Núñez de Castro en una de esas noches de farra toledana.
13.00 De plazas y cuevas
En Toledo hay
una iglesia en cada recodo, en cada recodo una plaza, y cada plaza es hermosa. Varias
calles con cobertizo llevan hasta la de Santa
Clara, cercada por su monasterio y el palacio del Marqués de Malpica. En la de San
Vicente se encuentra el Círculo delArte, un antiguo templo convertido en centro cultural. La iglesia mudéjar
de San Román es el Museo de los
Concilios, con reproducciones del tesoro visigodo del Guarrazar y coloridos
frescos románicos en las paredes. Más allá, la calle Alfonso X El Sabio bulle de
turistas comprando artesanía y espadas antes de comer. En establecimientos
históricos como Simón miran trabajar
a los orfebres del típico damasquino y adquieren alguna pieza. En la calle de
Los Bécquer –que allí llaman de La
Lechuga- están las Cuevas de
Hércules, otro testimonio del paso de sucesivas civilizaciones en la ciudad.
En los sótanos del Nuncio Viejo se
pueden recorrer bóvedas romanas con las termas y primitivas cisternas de distribución
del agua. Pero fuera luce el sol de otoño, y hay mesas y sombrillas en la plaza
Juan de Mariana donde podría picar algo;
o probar la moderna gastronomía toledana de la taberna Alfileritos 24, en una casa histórica muy bien reformada. O quizá,
podría comer en la terraza del restaurante escuela Adolfo en la calle Sinagoga, contemplando los tejados de la ciudad.
16.00
A la judería por sus puertas
Pasear hasta la Plaza del Conde donde se encuentra el Museo del Greco y la Iglesia de Santo Tomé con El
entierro del Conde Orgaz es una buena forma de bajar la comida. Allí
descubro el mirador del Palacio de
Fuensalida: en la misma panorámica se despliega, a un lado, el barrio
apretado de la judería con la Sinagoga
del Tránsito, y al otro, las lomas de La
Sagra salpicadas de cigarrales y cipreses, que bajo el velo dorado de la
tarde parecen, como me dice una amable lugareña, una postal de la Toscana. Al
final de la calle del Ángel el Arquillo
del Judío –puerta medieval que unía los arrabales con la Judería Mayor- lleva
a la plaza de San Juan de los Reyes con
el edificio neomudéjar de la Escuela de
Artes y Oficios y el fabuloso monasterio gótico que le da nombre. El
monasterio, mausoleo de Isabel la Católica, tiene una profusa decoración llena
de simbología muy novedosa en su época, como las figuras y gárgolas del
claustro. Al otro lado, Toledo se asoma al Tajo tras el arco renacentista de la
Puerta del Cambrón. En el siglo XV servía
de entrada a la judería, y cruzarla conllevaba el pago de un portazgo.
17.00 La catedral
El Pasadizo del Ayuntamiento termina en otra
puerta que era la frontera entre el barrio cristiano y el judío. En la plaza del Ayuntamiento, frente a la Catedral Primada, el breve estanque de Cristina Iglesias poblado por su maraña
de raíces metálicas llama la atención de los visitantes, que se hacen fotos y
se agachan a tratar de tocar el fondo. Levantada sucesivamente sobre una
mezquita y un templo visigodo, la riqueza arquitectónica y artística de la
catedral podría ocupar el día entero para verla, para entrar y salir por sus
múltiples puertas y después subir a la Campana
Gorda y sobrevolar con los ojos la ciudad como un pájaro.
19.00 Mazapán en la Plaza Zocodover
Zocodover, el antiguo mercado
de bestias árabe, está presidida hoy por los luminosos de una cadena de
hamburguesas que manchan el encanto de la plaza, pero por suerte el obrador Santo Tomé sigue bajo sus soportales para
comprar el que, me dicen, es el mejor mazapán de Toledo. Desde aquí tomo la
calle Sillerías y llego a la Mezquita
del Cristo de la Luz, en pie desde el siglo X, y a la Puerta del Sol, que daba a los arrabales. Y allí, mordisqueando un
mazapán a los pies de la muralla, trato de tomar una decisión: salir de la
ciudad hacia los miradores de la circunvalación para ver esa panorámica sobre
el Tajo y los puentes de San Martín
y Alcántara que tanto gustaba a El
Greco; o esperar a la noche para perderme en la romántica penumbra de
callejones y pasadizos, como hacía Bécquer.
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