Luna llena


(Agua, 2013)


1.   Lo peor del fin del verano es ver a la Luna poner distancia. Se cansa de estar cerca, deja que rodemos en nuestro eje loco. Nos mira con asombro, la Luna, pero ya de lejos. 
Hoy muestra su cara llena y se refleja sobre este río inventado; si miras solo el agua, la Luna te llena los ojos de mercurio. Madrid con luna y río parece un poco París: hace soñar o da risa. Y parece que ella también se ríe en estas noches cálidas viéndonos holgazanear por las calles, sin querer irnos a casa, sin querer ir a dormir todavía. Como si siempre estuviésemos de vacaciones; otra cervecita y nos vamos, se está tan bien aquí. Los amigos bajo la Luna son más amigos, los amantes aman más; la ciudad, como una amiga o una amante, nunca fue tan generosa con nosotros. Si no miras mucho las papeleras que rebosan, las calles sin barrer, los escaparates vacíos de tiendas arruinadas, los carteles de venta en los pisos que arruinan las hipotecas, las pintadas que piden pan, justicia, educación, sanidad, las pintadas que piden cosas obscenas -la gente pide tantas cosas-. Si no miras mucho a los mendigos durmiendo sobre cartones meados, sobre los bancos de parques regados de botellas y latas vacías, si no miras mucho todas esas hojas como cartas que los árboles van echando para llamar al otoño. 
Si no miras mucho, la ciudad resplandece y chispea en su río falso y por un momento, como en la canción, detiene el tiempo para que no amanezca, para que la Luna, a cualquier edad, nos haga sentir tan jóvenes.  
Qué extraña, en relatos y películas, esa asociación de las noches de luna llena con el miedo, si la Luna lo que da es risa. Si lo único que hace la Luna, cuando se acerca tanto, es teñir con algo de plata el óxido de nuestras vidas.  
Júpiter tiene dieciséis lunas. La vida en Júpiter tiene que ser maravillosa.


2.   En realidad, desde lo alto de la escalera se llegaba justo a tocarla extendiendo los brazos, de pie, en equilibrio sobre el último peldaño. Habíamos tomado bien las medidas (todavía no sospechábamos que se estaba alejando); en lo único que había que fijarse bien era en la forma de poner las manos. Yo elegía una escama que pareciera sólida (nos tocaba subir a todos, por turno, en tandas de cinco o seis), me agarraba con una mano, después con la otra e inmediatamente sentía que escalera y barca se me escapaban y el movimiento de la Luna me arrancaba a la atracción terrestre. Sí, la Luna tenía una fuerza que te arrastraba, lo sentías en aquel momento de paso entre una y otra; había que incorporarse de repente, con una especie de cabriola, aferrarse a las escamas, alzar las piernas para encontrarse de pie en el fondo lunar. Visto desde la Tierra parecías colgado cabeza abajo, pero para ti era la misma posición de siempre, y lo único extraño era, al alzar los ojos, verte encima la capa del mar luciente con la barca y los amigos patas arriba, balanceándose como un racimo de sarmiento. 
(La distancia de la Luna, Italo Calvino)





Las Cosmicómicas
Italo Calvino
(Minotauro, 2002)






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