Son los libros, estúpido

1.  Como en este país la educación y la cultura no son importantes, de vez en cuando me asalta un inquietante presentimiento: en un puñado de años las generaciones que ahora se forman ya no leerán libros y solo mirarán pantallas; los libros serán una antigualla rara, incómoda. Además harán estudios que demostrarán que leer no es un hábito saludable, porque requiere una concentración que puede fatigar en exceso la mente. 

Ya sé que es una fantasía, pero a veces me parece muy real.

2.  Voy en el autobús y escucho un diálogo entre dos adolescentes que se han encontrado por casualidad en esta misma línea. Se han quitado los auriculares para poder conversar. Él le enseña a ella su manual de literatura; del canto sobado del libro sobresalen multitud de papelitos de colores. Dice que su profesora les ha ayudado a señalar cosas, que han leído El Decamerón. 

–Yo ya lo leí el año pasado, mola.
–Ahora estamos leyendo el Miau.
–¿Qué es eso?
–Una de Benito Pérez Galdós. Lo he sacado de la biblioteca; la última persona que lo cogió fue en 1996.
–En el noventa y seis, qué fuerte tío. 

Adolescentes hablando de Boccaccio y de Galdós. Sugestionada por mi premonición sobre un próximo futuro sin libros, creo estar de pronto en una realidad falsa. Una realidad en la que desde el año noventa y seis ya nadie, nunca, lee a Galdós.   

3.  Leo un libro mientras espero mi turno en la consulta del médico. Algo más allá, un hombre grande con camisa de cuadros grandes ojea un periódico gratuito muy sobado. Hay un extraño silencio en la sala, ya solo quedamos él y yo, esperando. Cuando por fin le toca, el hombre se levanta y al pasar junto a mí me ofrece el periódico. Por si lo quieres leer, me dice amablemente, toma. Que no gracias, digo, que tengo el libro. Cógelo, insiste él acercándose más, así no tienes que estar leyendo el libro.  

Y me quedo sola con el periódico en una mano y el libro en la otra, sintiéndome un poco estúpida. Miro de reojo la portada del periódico: en ella todo parece súper real.