Escritoras y mamuts

(Grafiti en Berlín, 2011)


1.  Veo un artículo en Letras Libres hace un par de semanas acerca de la literatura escrita por mujeres y la iniciativa #readwomen2014 para fomentar su lectura. No sé si la cuestión de la que trata el artículo –que la literatura escrita por mujeres no gusta, no vende, y además se considera de segundo nivel– también es una realidad en España. ¿De verdad se sigue pensando hoy que las mujeres solo escribimos sobre ámbitos pequeños o domésticos? ¿Que solo los hombres tratan temas universales y que las mujeres no escriben libros serios o profundos? Discriminar la literatura escrita por mujeres, trate del tema que trate, distinguiéndola de la que escriben los hombres y etiquetándola de "femenina" es tan trasnochado y tan idiota como poner a un libro la etiqueta de literatura negra por la piel de su autor. Qué decepción creer que nuestro tiempo  ya había eliminado estos absurdos prejuicios promovidos por ignorantes de mentes pequeñas y ver que aún están vivos en el debate cultural. 


2. Acabo de leer dos inteligentes novelas recién publicadas que contradicen cualquier identificación con esa supuesta literatura femenina que según algunos escriben las mujeres: La trabajadora de Elvira Navarro –cuyas impresiones ocuparon una entrada anterior– y Mamut de Esther García Llovet; la única coincidencia apreciable entre ellas es el rastro inquietante que dejan sus historias. En Mamut la autora teje una trama densa, despojada de elementos superfluos y tan impactante que su narración parece desarrollarse en viñetas descoloridas, embadurnadas de humo y nieve sucia. Es un oscuro western en tres actos donde personajes que lo han perdido todo se mueven fuera del tiempo, de un tiempo que no es pasado ni futuro sino otro, otra dimensión: un espacio roto que atraviesa Junot, el protagonista, en busca de su objetivo, y por el que también transita el lector aguijoneado por la intuición de que va a ocurrir algo inevitable, sobrecogido a ratos por un desconcierto y un temor difusos. El narrador de Mamut se mantiene lejos de los seres y las cosas que observa con sus ojos afilados como si no quisiese acercarse o no se fiara de nada ni de nadie, y no tiene una mirada femenina ni masculina sino concisa, vigilante. En su fría, asexuada voz no hay espacio para la redención, y nos muestra cómo Junot alcanza su destino en un final inevitable, instantáneo, épico.


3.    El interior de la nave es un amplio corredor circular construido alrededor de un jardín donde crece la maleza y la mala hierba, árboles color ceniza entre raíces quemadas. El espacio es diáfano, limpio. Junot camina unos pasos. La luz atraviesa aquí y allá unas cúpulas de vidrio y donde las cúpulas se han roto se amontona la nieve en el suelo, redonda, blanda, pequeños túmulos funerarios. Hay restos de fogatas por todas partes y latas vacías junto a las paredes como si a lo largo de los años se hubieran refugiado mendigos y parejas y adolescentes fugados de casa justo después de transformarse en lobos. 
      Junot coge un tubo de metal que encuentra junto a una fogata y sigue caminando por el pasillo.
      –¿Hay alguien? –su voz suena dura contra el granito–. ¿Toro?
     Unos segundos más tarde oye una voz a su espalda. Se gira. No hay nadie. Empieza a caminar. Ahora oye pasos. Se detiene. Cae en la cuenta de que es el eco de su voz y de sus propios pasos recorriendo la nave circular hasta alcanzarle por la espalda. Como una cacería. Como un fantasma. Agarra de nuevo el tubo y lo apoya contra el hombro. Hay grafitis en las paredes: "Mosco", "Res Ipsa Loquitor", "otro café".
      –¿Qué haces tú aquí?
      Vestido de civil el señor Li parece mayor, más grande. Se ha cortado el pelo. Lleva una pistola.

(Mamut, fragmento)













Comentarios

Entradas populares