Planeta Salgado





Hace algunos años conocí a Sydney Possuelo y lo entrevisté una tarde de junio para El Semanal. Entonces era el director del Departamento de Indios Isolados de la FUNAI, el organismo dependiente del Ministerio de Justicia brasileño, y su trabajo consistía en vigilar la selva amazónica con una patrulla armada para proteger las tierras indígenas de la incursión contrabandista de madereros y buscadores de oro, que no dudaban en quemar poblados y dispersar violentamente a sus habitantes para ocupar el territorio y expoliarlo. Algunos de ellos no habían visto jamás al hombre blanco. Había muchos intereses económicos y corrupción política de por medio, pero Possuelo había conseguido casi duplicar la superficie de tierras protegidas salvando además el codiciado territorio de los Yanomami, y su lucha ahora era proteger a los indios isolados de cualquier contacto con la civilización. Estas tribus primitivas, me dijo, desconocidas y ocultas en la espesura de la selva, forman parte del ecosistema y se mantienen desde hace siglos en comunión con la naturaleza: si la naturaleza se altera, ellos desaparecen.

Indios isolados, la palabra me pareció preciosa.

Me acordé de Sydney Possuelo el otro día en la exposición de Sebastiao Salgado en CaixaForum mientras contemplaba las fotografías tomadas en la selva amazónica, porque en algunas de ellas aparecían en su actividad cotidiana los mismos indios de los que él me habló durante aquella tarde sin descanso, mostrándome también sus fotografías: hombres y mujeres desnudos apenas adornados con hojas trenzadas y plumas, increíblemente puros y ajenos a nuestro mundo, cobijados por una naturaleza prodigiosa que no quiere ser gobernada. Recuerdo que al final de nuestra entrevista Possuelo me dijo con mucha vehemencia, como si me lo pidiera a mí personalmente, que nuestra obligación como primer mundo era conservar la selva y proteger a los indios de los males de la civilización y de los gobiernos, porque si nosotros no hacíamos nada se extinguirían y el mundo sufriría una pérdida irreparable. Recuerdo que sacó de entre sus cosas un volumen del Quijote muy sobado y encuadernado en piel y me dijo que no había cesado de leerlo durante años, y también me dijo que a él le llamaban el quijote de la selva porque luchaba por un ideal imposible.

Parece ser que Salgado concibió su proyecto fotográfico Génesis tras contemplar la ruina ecológica que la deforestación había provocado en el Vale do Rio Doce, su tierra natal. Durante ocho años captó paisajes y ecosistemas intocados, y esas imágenes de gran formato que componen la exposición retratan un planeta de una belleza un poco irreal; parecen la alucinación en blanco y negro de alguien que ha llegado a vislumbrar en sueños la eclosión de una tierra perfecta. Parecen la alucinación que quizá hubiera tenido algún dios al crearla, justo antes de dar forma a la especie que habría de someterla y destruirla.

Más que las grandes fotografías aéreas de la exposición, donde los valles y las montañas aparecen bañados por una luz pictórica y majestuosa, me sobrecogieron los retratos de personas y animales que mostraban la perfección y la fragilidad extraordinaria de la vida latiendo en ellos, y salí de la muestra conmovida por la intuición de haber contemplado escenas de un mundo perfecto al que nuestra ignorancia y prepotencia pueda estar abocando a una lenta extinción.  



GÉNESIS
Sebastiao Salgado
CaixaForum Madrid
Hasta el 4 de mayo de 2014





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