Año Camus





1.  En el mar de nuestras vidas todos somos extranjeros, pero boqueamos en las redes con la ilusoria sensación de formar parte de un océano común, aunque sea virtual. Nos zambullimos en ese océano una y otra vez, absortos y fríos, y nos dejamos arrastrar por sus mareas creyéndonos a la vez únicos, especiales. Pero a veces, cuando cansados de nadar sacamos la cabeza a la superficie, la monotonía rugosa y azul del agua bajo el cielo plano, infinito, solo nos devuelve un absurdo vacío.  
2.  No sé cuándo leí El extranjero por primera vez. Tampoco recuerdo cuándo lo hice por última. En la portada de mi sobado ejemplar de Alianza de 1984 en bolsillo, la imagen segmentada de Mastroianni empuña impasible un revólver con la camisa y el rostro contrastados por una potente luz cenital, recreando esa escena de la playa que los años han fijado en mi memoria con la electricidad de la prosa de Camus igual que si la hubiese leído ayer. Emparedado entre La peste y El primer hombre, mucho más gruesos, con su reducido volumen y su edición barata, tiene un lugar sentimental en mi biblioteca y entre las cosas que de algún modo forman parte de lo que soy. Estos días, con la saturación de tanto artículo conmemorando el año Camus, lo he buscado para releer al azar algún fragmento. Debí de comprarlo hace muchos años en algún mercado de viejo, y me ha desconcertado hallar a otra persona en las primeras páginas rubricando con su nombre y una fecha la posesión del libro, de mi libro. De pronto ha sido como si lo abriera por primera vez, y entonces no lo he sentido mío; he sentido que era yo la extraña que irrumpía en el espacio de otro. 
Yo nunca imaginaba a Meursault, el protagonista de El extranjero, con la atractiva fisonomía de Mastroianni sino más bien delgado, con el rostro largo y los pies y las manos grandes, moviéndose con gestos lentos y contundentes, como a golpes. Conservo nítido el bestial deslumbramiento que me dejó la primera lectura de la novela y que se repitió en otras posteriores, y también el desasosiego tras la comprensión del mensaje último de Camus: que somos extranjeros de nosotros mismos, que nuestra pertenencia a la especie es un espejismo si la realidad solo nos ciega con vacío, y que entonces nuestros actos también se vacían de sentido y se llenan de inconsecuencia. 


3.   En el mismo instante el sudor amontonado en las cejas corrió de golpe sobre mis párpados y los recubrió con un velo tibio y espeso. Tenía los ojos ciegos detrás de esta cortina de lágrimas y de sal. No sentía más que los címbalos del sol sobre la frente e, indiscutiblemente, la refulgente lámina surgida del cuchillo, siempre delante de mí. La espada ardiente me roía las cejas y me penetraba en los ojos doloridos. Entonces todo vaciló. El mar cargó un soplo espeso y ardiente. Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión para dejar que lloviera fuego. Todo mi ser se distendió y crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el vientre pulido de la culata y allí, con el ruido seco y ensordecedor, todo comenzó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y era como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia.    
(Albert Camus, El extranjero)


Comentarios

  1. esa última frase es magnífico: cuatro breves golpes que se dan en la puerta de la desgracia.
    gracias por el recordatorio.

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