Hannah Arendt y el hombre sin alma




1.  A veces imagino que el futuro inmediato es que esta civilización ha separado al hombre de su alma, que ha convertido el término clásico de 'alma' en un concepto apolillado de otras épocas. Que todo ese ruido de fondo virtual en el que vivimos inmersos ha perjudicado el diálogo real con nosotros mismos, el que suscita la reflexión, anulando nuestra capacidad de entendernos y entender, y homogeneizándonos en la viscosa masa que lo propaga. Imagino que en ese futuro inmediato, aunque nos llegan mil imágenes y voces desde miles de aparatos y pantallas, es imposible hablarse, escucharse, entender, porque la velocidad del ruido nos absorbe y nos confunde, y nos atraviesa sin dejar en nosotros nada perdurable.


2.  Veo en los cines Renoir de Princesa, que aún luchan en Madrid por mantenerse a flote, la película de Margarethe Von Trotta sobre Hannah Arendt. La magnífica interpretación de Bárbara Sukova muestra a una Hannah fiel a la imagen que se podría tener de ella: una mujer en permanente estado de reflexión, fumando con gravedad un cigarrillo tras otro, y cuya inteligente mirada se abstrae en aquellas parcelas de la realidad que siempre están en la penumbra. Es, a ratos, un poco demasiado Hannah, como un probable arquetipo de la pensadora. Durante la película me estremecen esas conocidas imágenes de Eichmann ante el tribunal judío, ese gesto involuntario con el que tuerce la cara y se muerde la boca de un modo impaciente, como si lo que escucha no fuese una descripción del horror sino una historia demasiado larga que tampoco le interesa mucho. A veces incluso sonríe, pero no parece sonreír por nada en concreto, y tras los gruesos cristales de las gafas tampoco observa nada en concreto; sus ojos son los de un autómata, un hombre sin alma. Como algo que me fuese familiar, tras estos planos me asaltan los planos de otros semblantes similares en otros juicios que han salido en los noticiarios. En la pantalla continúa desarrollándose con eficaz imparcialidad el guión histórico de lo que ocurrió, pero yo echo en falta una visión más comprometida respecto a la filósofa, algo así como una exposición de su alma, de las consecuencias más íntimas tras su valiente análisis sobre aquel juicio, sobre Eichmann, sobre sus teorías acerca del aspecto estúpido y patético de lo monstruoso, ese factor anodino de lo horrible tan consustancial a nuestra naturaleza. Quizá hubiera querido ver en el rostro de Bárbara Sukova el impacto que tras el juicio tiene en Arendt la conclusión de que la banalización del mal es esa posibilidad que tenemos de cometer atrocidades llevados por una ausencia de reflexión, por la falta de diálogo con nosotros mismos, que es lo que nos convierte en individuos y nos distingue de la masa.


3.  "La convicción de que todo lo que sucede en la tierra debe ser comprensible para el hombre puede conducir a interpretar la Historia como una sucesión de lugares comunes. La comprensión no significa negar lo que resulta afrentoso, deducir de precedentes lo que no tiene tales o explicar los fenómenos por tales analogías y generalidades que ya no pueda sentirse el impacto de la realidad y el shock de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente la carga que nuestro siglo ha colocado sobre nosotros -y no negar su existencia ni someterse mansamente a su peso-. La comprensión, en suma, significa un atento e impremeditado enfrentamiento a la realidad, un soportamiento de ésta, sea como fuere."

(Hannah Arendt, prólogo a Los orígenes del totalitarismo)






Dirección: Margarethe von Trotta
Reparto: Barbara Sukowa, Axel Milberg, Janet McTeer, Julia Jentsch
Idioma original: Alemán
Duración: 109 minutos
País: Alemania

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