Calderilla










(Relato publicado en El Asombrario,  10/08/2013)


Lo malo del calor es que la ciudad se llena de piernas. Ya no sabe cuánto hace que no mete la mano bajo una falda; quizá desde aquella vez con esa mujer morena que compraba camisas, de la que ya no recuerda el nombre. Tampoco sabe muy bien qué día es hoy, porque los días ahora son de cemento. Un cemento habitado por el fragor de piernas que pasan, arriba y abajo y en todas direcciones. La calle hierve, está sucia pero tiene un brillo de cosas dispersas en el suelo que le parecen monedas, como si alguien hubiese ido por ahí tirando calderilla. Al menos la cerveza está fría.

—No me lo puedo creer, el mismísimo Luis en persona.

Lo malo de estar tan tranquilo en un banco de la calle es que puedes encontrarte con cualquiera. Con el idiota de Ricardo, por ejemplo. Lo tiene casi encima; extiende la mano con su habitual cortesía y se ve embestido por un abrazo torpe, como si fueran grandes amigos de otra época. Pero solo hace un año y pico que no se ven, porque Ricardo era el idiota que se sentaba frente a él en el departamento de activos del banco.

—Cómo te va la vida, muchacho.

Si hay algo que odia es el timbre de la voz de Ricardo. Pero sobre todo, odia que le llame muchacho.

—Aguantando el calor —dice procurando sonreír.

—Vengo de un desahucio y estoy derretido, ¿te tomas algo ahí enfrente y charlamos?

—Es que estoy esperando a una persona, he quedado aquí.

Naturalmente no ha quedado con nadie, y además ha salido de casa con lo justo en el bolsillo para la lata de cerveza que ha comprado en el chino. Cerveza china; quería tomársela aquí como otras veces, solo y tranquilo. Ricardo se sienta junto a él aflojándose el nudo de la corbata y empieza a contarle lo mal que están las cosas en el banco, lo cabrón que es el jefe, la increíble cantidad de activos que ha entrado en el último año.

(...)








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