Ferlosio en Prosperidad
Cierta vez me crucé por la calle con Rafael Sánchez Ferlosio. Aunque no sé si mi crucé con él o con aquel hombre que se le parecía tanto.
Yo solo conocía a Ferlosio por fotografías, así que me concentré en escudriñar esa cara que venía hacia mí. Cuando te encuentras con alguien fuera de contexto es como si entraras en una realidad donde han cambiado todas las cosas de sitio, y para mí el contexto de Ferlosio era sin duda de palabras, o de páginas, o de ríos. No sabía si podía ser él ese hombre greñudo que bajaba la calle López de Hoyos a la altura de Prosperidad, que era donde yo vivía entonces, aferrando con fuerza entre sus manos una bolsa de plástico; era una bolsa de El Corte Inglés con sus triángulos verdes y negros un poco borrados de puro sobada. Seguí mirándole mientras avanzaba, dándome cuenta de que la intensidad con que lo hacía era descarada y grosera. Pero no podía dejar de hacerlo, y además quisiera haberle preguntado algo: ¿es usted, señor, Rafael Sánchez Ferlosio? ¿O es usted su doble?
Mientras se acercaba pensé que si no era Ferlosio, por toda respuesta él me preguntaría: ¿y quién es ése? Y yo no le hubiera dicho que era un escritor al que yo admiraba, me da pudor decir esas cosas. Le hubiese dicho a lo mejor que ese tal Ferlosio era alguien a quien conocía poco, por ejemplo un primo de mi madre que vive en Sevilla, que le habría confundido, y habría terminado murmurando un par de excusas corteses. También pensé que si en cambio me dijera: pues sí, soy Ferlosio, ya no hubiera sabido qué más decirle. ¿Qué novela tan extraordinaria El Jarama, señor? ¿En realidad no sé qué decirle pero perdóneme por mirarle tanto?
En definitiva, no dije nada, y esa indecisión concentró aún más mi forma de observarle. Al cruzarse conmigo apretando la bolsa contra su pecho se volvió un par de veces, alzó la barbilla y me dirigió una mirada furiosa, también inquisitiva bajo esas cejas que parecían erizos de mar en su frente; me miró como si a mi pregunta no formulada estuviera respondiendo sin formular la suya: ¿qué estás mirando? ¿No has visto nunca un viejo bajando la calle abrazado a su bolsa?
Hace por lo menos quince años de aquel encuentro. Suelo olvidar fechas importantes, compromisos o todo tipo de asuntos pendientes de resolver, o dónde he dejado las gafas o qué estaba pensando hacer en este momento. En cambio, guardo algunas imágenes en la memoria como si acabaran de suceder. No son imágenes de hechos importantes sino cuadros banales, como este de mi encuentro con Ferlosio, y sin embargo la insistencia con que se proyectan en mi cabeza parece contener algún mensaje cuyo valor no logro descifrar. Puedo ver como si fuera ayer mismo la imagen de ese hombre -Ferlosio para mí desde entonces- cerca de Prosperidad lanzándome su mirada furiosa, con su traje viejo, con su bolsa. De manera que hoy escribo esto porque me ha asaltado, no sé por qué, aquello.
Tengo El Jarama en un ejemplar de Áncora y Delfín de 1957, la cuarta edición tras ganar el Nadal, con las hojas amarillentas y ásperas y esa letra pequeña incrustada en el papel con la que antes se imprimían los libros. Es la misma edición que leí la primera vez, perteneció a mi abuelo. Al abrirlo y fijarme en la cita de Leonardo que abre la novela he tenido una iluminación sobre todo ese asunto de Ferlosio. Quizá no es que me acuerde únicamente de aquella imagen, es que recuerdo cómo era yo entonces pero sin verme, porque solo veo a ese hombre en esa calle en aquel día, y porque supongo que si me observara tan atenta como lo hice con él, me ocurriría otra vez lo mismo y tampoco podría jurar que aquella de entonces soy yo.
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