Bosques y metonimias



Las esculturas de Cristina Iglesias no son para mirarlas, sino para entrar en ellas. En realidad no son esculturas, son habitaciones. También son ríos, ventanas, alfombras, puertas, tejados y bosques. Extraños organismos inertes. Son fragmentos de palabras que borda en delicadas redes de silencios, jeroglíficos cuyo mensaje se descifra en sombras, sobre la pared.  

Tuve el privilegio de adentrarme en la retrospectiva de Cristina Iglesias que expone el Reina Sofía un martes, con un grupo reducido de personas y el museo cerrado. Fuera llovía, y los pasillos y las pulcras bóvedas del antiguo hospital inyectaban un sobrecogimiento frío, como si alguien acabara de fumigar todo para desinfectarlo de personas.

Durante el itinerario imaginé a la artista recorriendo esas salas y traté de imaginar cómo tomaría la medida del espacio, cómo organizaría esa invasión del vacío para delimitar la distancia que se abre entre pieza y pieza o para llenarlo de bosques mudos y selvas, y de rumor de agua.

Las piezas de Cristina Iglesias son a la vez pesadas y ligeras, poseen la cualidad de dejarte oír la vibración de los millones de átomos que abrazan amorosamente sus líneas. Habría que verlas siempre en museos vacíos, porque cada una de ellas parece apretar la atmósfera de la habitación hasta hacerla desaparecer, hasta quedar solo un silencio donde palpita el hormigón, el alabastro, la resina, el metal. Donde la materia queda de algún modo absorbida por la forma pura, y ya no es materia sino aire, aire que te ocupa.


Cristina Iglesias. Sin título (Celosía II), 1977





METONIMIA
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Hasta el 13 de mayo.



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