En el aire conmovido
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Cartier Bresson. ‘Valencia’. Archivo fotográfico del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. |
Publicado en El Asombrario y publico.es, 20 de enero de 2025
Quizá lo que más añoremos de nuestra infancia sea aquella capacidad de asombro con la que observábamos todo, cuando el mundo aún era tan nuevo y misterioso y parecía embadurnado de una pátina radiante, color caramelo. Luego dejamos de ser transparentes, se va apagando en nosotros la llama del descubrimiento y la sensación azul y fría de temblar con las cosas por primera vez. Lo pienso mientras observo una fotografía de José Val del Omar titulada Misiones pedagógicas en la que se ve a una multitud de niños atentos a algo, fascinados y divertidos, con la boca abierta, con los ojos brillantes. Junto a ella otra instantánea de Robert Capa, tomada en Barcelona en 1939, muestra a un puñado de personas que también miran algo entusiasmadas y en sus semblantes se adivina, pese a la tragedia y la pobreza que entonces tiznaba sus vidas, la inocencia de esos niños que una vez fueron.
Esa misma emoción de la infancia atraviesa la exposición En el aire conmovido del Museo Reina Sofía, organizada conjuntamente con el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) y comisariada por el filósofo francés e historiador del arte Georges Didi-Huberman, con casi 300 obras de 140 artistas entre pinturas, esculturas, fotografías, instalaciones, audiovisuales y documentos de hasta el siglo XVI, en un recorrido por siete bloques temáticos: Infancias, Pensamientos, Caras, Gestos, Sitios, Políticas y otra vez Infancias. El verso que da título a la muestra procede del Romance de la luna, luna, primer poema del Romancero gitano de Lorca cuyo manuscrito original, abierto en esa página, reposa en una urna: “La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos. / El niño la mira mira. / El niño la está mirando. / En el aire conmovido / mueve la luna sus brazos / y enseña, lúbrica y pura / sus senos de duro estaño.” Desde la palabra de Lorca, vinculada a la noción estética de ‘duende’ que alimentó sus versos, Didi-Huberman propone una experiencia poética que se abre en la primera sala con La nana del caballo grande en la voz de Camarón.
Ya no hay luz en la mirada de los niños que componen, algo más allá, el Kriegsfibel, el ABC de la Guerra: los epigramas fotográficos que Bertold Brecht creó en el exilio para combatir la manipulación propagandística de la época con imágenes tomadas de revistas y periódicos, donde escribía subtítulos en forma de poemas de cuatro versos; lo llamaba ‘lirismo documental’. En el fotomontaje se ve a un niño griego hinchado por el hambre y otro ruso bajo el dominio nazi, un muchacho siciliano que acaba de presenciar cómo matan a sus padres y unos niños franceses en el patio de la escuela con señales en sus rostros de miseria y de guerra. “La cara con poca sangre, / los ojos con mucha noche”, dicen los versos de Lorca. Hay también tres dibujos originales y nueve grabados de Goya que plasman la oscuridad de su tiempo o exaltan el poder de la imaginación; un modo de observar el mundo que surge de la conmoción del pintor al pensarlo y de su libertad para odiarlo. Y proyectado en el lienzo de una pared de la sala, el hermoso rostro del niño que contempla un teatro de títeres en la película de 1978 Ten minutes older de Herz Frank va pasando a cada instante, como se pasa a lo largo de una vida, de la sorpresa al miedo, del miedo a la risa, de la risa a la pena.
También se mezclan a toda pantalla, lentamente, los rostros y los cuerpos de la película Treís ánemoi tou Aiólou (2023) de Maria Kourkouta en una de las salas de la muestra, subtitulados con poemas cuyas palabras excitan los sentidos, como en estos versos de Kavafis: “Vuelve muchas veces y tómame, / sensación amada, vuelve y tómame / cuando el recuerdo del cuerpo despierta / y un viejo deseo recorre la sangre.” En las instantáneas de Jean Manzon de 1939 publicadas en un viejo diario se ve al gran Nijinsky en el psiquiátrico suizo de Munsingen, vestido con traje y corbata, suspendido en el aire con los brazos en cruz, como si levitara. En las esculturas de Medardo Rosso, las cabezas de una Niña que ríe y un Niño enfermo desdibujan sus rasgos para mostrar la atmósfera de sus movimientos; no son estatuas, decía el artista, sino apariciones aéreas. Una pequeña sala está dedicada a la obra Aliento (1995) del artista colombiano Óscar Muñoz, una exploración en torno a la fragilidad de nuestra memoria: una serie de discos de acero con serigrafías ocultas de víctimas anónimas de la represión política, cuyos rostros surgen un momento como fantasmas, superponiéndose al mío, cuando me acerco y respiro sobre ellos.
Hay mucha filosofía en el bloque de Pensamientos, organizado en dos secciones a ambos lados de la sala, Alfabetización y Emancipación, a través de antiguos volúmenes y primeras ediciones: Las pasiones del alma de Descartes, la Ethica de Spinoza, los ensayos de Montaigne, Acerca del alma de Aristóteles o una Antropología en sentido pragmático de Kant. O la Fenomenología del espíritu de Hegel, cuya máscara mortuoria en yeso descansa pálida en una vitrina. En un libro de 1877 hay algunas fotografías de época con varios bebés en pleno llanto, que ilustran el ensayo de Darwin La expresión de las emociones en el hombre y en los animales. Una serie de siluetas, tan de moda por aquel entonces, ilustran los Fragmentos fisonómicos para la divulgación del conocimiento y el amor a la humanidad, un ensayo de 1775 de Johann Kaspar Lavater. Y descubro Seis figuras negras dibujadas por Kafka en la biografía sobre el autor que publicó su amigo Max Brod, que parecen personajes escapados de una viñeta, surcando la página en extraños movimientos: caminando con un bastón o lanzando con él una estocada, doblados sobre sus rodillas o casi derrumbados sobre una mesa en un gesto de desesperación, emulando quizá al pobre funcionario de su obra El proceso.
Didi-Huberman dice que esta exposición es un juego, “la mirada de un francés sobre la intensidad española”, que aparece representada aquí en el duende de Lorca, en Calderón, en las obras de Dalí, Picasso, Miró o Goya. Y también está ese duende en las formas de Giacometti o Rodin, en las fotografías de Man Ray, Cartier-Bresson o Capa, en Duchamp o en las delicadas líneas Unica Zürn, entre otros muchos artistas, pensadores o poetas que en sus creaciones nos hablan de todo lo humano, de todo lo que nos concierne: las políticas, los lenguajes, las luchas y el amor, lo que pensamos y lo que sentimos, lo que recordamos con la conmoción de la primera vez. Por eso los niños tienen tanta presencia en el recorrido. Por eso están también aquí los pequeños supervivientes de la bomba de Hiroshima o de las guerras en el mundo, expresando con sus dibujos en una de las salas su dolor y su esperanza. “Los niños están en la encrucijada, buscan un lenguaje entre lo real y lo imaginario; bajo las bombas, los niños aún son capaces de utopía”, dice Didi-Huberman. En esta exposición todo es aire, espacio y tiempo en los trazos y los objetos dormidos, en las imágenes o poemas que fueron creados para tratar de reflejar lo que somos y para buscar, mientras nos desvelan algo, nuestra conmoción.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Madrid, hasta el 17 de marzo
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